09/23/2009 por Marcelo Paz Soldan
El futuro no es nuestro

El futuro no es nuestro

Futuro

Futuros inciertos, terribles esperanzas
Por Fernando Barrientos

La mayoría de las antologías llaman la atención por sus criterios de selección, por los temas elegidos sobre los que se emprenden y también, entre los escasos habitantes de la aldea global de las letras, por la pertinencia de las inclusiones y las omisiones. Caprichosos subproductos de la industria editorial, entre la taxidermia y la crítica literaria, las antologías suelen tener además una lógica interna propia (conexiones, contrastes, recurrencias, etc.) que dan la apariencia de armonía (o falta de ella).
El caso de la antología El Futuro no es Nuestro, a cargo del peruano Diego Trelles en selección y prólogo, el sesgo es generacional e intenta ser una polaroid del zeitgeist de una región (cultural y lingüística): Latinoamérica. La subespecie de las antologías generacionales latinoamericanas se presentan siempre como manifiestos, con tomas de posición sobre cierto estado del poder en el interior de la literatura en determinado contexto. Además, por lo general, pretenden plantear un quiebre con la generación anterior, al introducir nuevas formas de entender la literatura (en este caso los mass media y las nuevas tecnologías digitales). Sobresale la diversidad como característica de esta antología: temas, estilos y recursos diversos. En una literatura tan desconectada, tan precaria en vínculos editoriales y de distribución, tan escasamente promocionada por sus estados, como la literatura latinoamericana esta antología es también una forma accesible de conocer una parte más o menos representativa de la literatura latinoamericana del presente.
El Futuro no es Nuestro tuvo una versión digital más amplia (63 autores de 16 países) que circuló a través de la revista colombiana Pie de Página antes de ser editada en forma de libro impreso en Argentina, Bolivia (y pronto en Chile). En la versión impresa se publicó 20 relatos de escritores de 15 países. Todos ellos aunados por lo que cualquier “espíritu generacional” debe plantear: un “cambio temático, formal y lingüístico”. La “necesidad medular de establecer un rasgo cronológico” como límite temporal de selección, que sea representativo de este momento tecno y fugaz es la prueba que garantiza la pertenencia a una generación que se ha formado en la trinchera del compromiso exclusivo y pertinaz con la literatura, conscientes de que el camino más corto a la mala ficción está empedrado de intenciones extraliterarias. Autores nacidos entre 1970 y 1980, luego de Mayo del 68 y de los intentos guerrilleros, criados con los ruidos de fondo de los mass media y las dictaduras, testigos de la caída del Muro de Berlín, del neoliberalismo, de la llegada de internet y sobrevivientes a la muerte de Cobain, a la omnisciencia del tecno, el 11/9, Evo, Obama, etc.
Si bien Trelles acierta en el prólogo (que es además un notable estado del arte de las antologías generacionales latinoamericanas y su impacto cultural) al señalar que la “generación Mc Ondo” (además de no registrar las resistencias, frustraciones y contradicciones de la homogeneización cultural de América Latina) reificaba a EEUU como “el espejo cóncavo ante el cual el escritor latinoamericano del siglo XXI tendría que reflejarse”, no se detiene a analizar el papel del territorio de consagración que parece ser el nuevo fetiche de esta generación: España. En 1927, Guillermo de Torre, quien luego sería cuñado de Borges, declaró desde un pasquín ibérico que Latinoamérica era una prolongación de España y que por lo tanto se debería agrupar en un común denominador, pero siguiendo el meridiano intelectual español, las producciones de una “misma lengua”. A estas alturas España no es para nada un meridiano intelectual, pero es sin duda el mercado cultural más grande de “habla hispana”, con el suficiente poder como para proyectar la literatura latinoamericana como bloque. En una época en que nuestras literaturas se han empezado a conectar con otras literaturas y contaminado del registro inmediato del presente (las nuevas tecnologías, el mundo digital, los blogs) resulta un tanto cavernario seguir juzgando y clasificando con criterios exclusivamente nacionales la literatura, pero existe el peligro de terminar complaciendo las expectativas que en el extranjero, específicamente España, se tiene de nuestra literatura (configurada de acuerdo de una mirada extranjera hacia nosotros) donde no hay entrada para elementos disonantes: aceptación de los textos escritos en una interlingua, la lengua literaria (standar y abstracta), y rechazo de los textos que trabajen sobre la lengua hablada en los diferentes países del continente. La intervención editorial española sobre el territorio latinoamericano tiene el efecto de borrar (y debilitar) los linajes y tradiciones de las respectivas literaturas nacionales, intercambiando el mosaico cultural abigarrado y diverso por un bloque limitadamente heterogéneo. Una pulsión esquizofrénica: por un lado la demanda de “exotismo”, y por el otro la demanda de “universalidad”.
De esta muestra dispar, sobresalen para este lector algunos cuentos que sobrevivirán en el recuerdo por mucho tiempo: la oscura transparencia del cuento de la boliviana Giovanna Rivero, el gesto paródico y experimental del brasilero Nazarian y del mexicano Tryno Maldonado, el delirante realismo cotidiano del mexicano Antonio Ortuño, el cruce de géneros del uruguayo Ignacio Alcuri (un chiste + sci-fi o P.K. Dick + Masliah), y las historias terribles de las aduanas de esa frontera invisible entre la biografía y la ficción del venezolano Slavko Zupcic. Tienen ese algo indecible que posee un buen relato. El futuro está compuesto por todas las combinaciones y conjugaciones del pasado.
Fuente: Ecdótica