03/05/2018 por Marcelo Paz Soldan
Cronistas españoles, una raíz de nuestra literatura

Cronistas españoles, una raíz de nuestra literatura

Pedro Cieza de León. Conocido como el “Príncipe de los cronistas de Indias”

Cronistas españoles, una raíz de nuestra literatura
Por: Carlos D. Mesa

Los cronistas españoles que acompañaron la compleja y polémica conquista, tejieron una base documental de importancia capital para el conocimiento del pasado indígena anterior a la llegada de los europeos, son sin duda uno de los principales acervos que dejó el periodo de colonización de estas tierras.
Es en esa construcción que entró en juego en América la lengua escrita. Es con la lengua escrita donde se explica mejor cómo se legitima el poder desde la palabra, porque generó una forma de dominación y también de crítica al imperio mundial cuyo sello indeleble está en el propio retrato de ese proceso histórico, al mediatizar nuestra lectura del pasado indígena y del pasado colonial.
Las crónicas tuvieron además de su valor histórico y documental mucho de literario, de mágico, mucho de erudito, mucho también de monumental. Los cronistas fueron verdaderos descubridores de mundos, inventores de nominaciones y adjetivos, producto de sus ojos maravillados y de sus mentes asombradas. Orfebres de buena parte de la nueva lengua castellana teñida de América.
Muchos críticos contemporáneos entienden que en lo que se refiere a la lengua castellana, el nacimiento de la literatura americana tiene que ver con los primeros días de la llegada de los europeos al Caribe, en el mismo 1492 cuando Cristóbal Colón registraba su alucinante experiencia iniciática en esa tierra todavía inescrutable.
Que los cronistas tuvieran o no experiencia previa en la escritura, que sus textos tuvieran una determinada intención, que su desarrollo temático estuviera ligado a la noción de un diario, a la historia, a la antropología, a la geografía o propiamente a la literatura, no es relevante a la hora de entender que el asombro que tiñe la mayoría de sus páginas, le dieron a estos textos un verdadero carácter fundacional.
Igual que Colón en las islas caribeñas o el protéico Hernán Cortés en México a partir de sus Cartas de Relación, los primeros escritos peruanos (que es lo mismo que decir bolivianos) de Juan de Betanzos y Pedro de Cieza de León son autores de nuestras letras fundacionales. Se trata de una complicidad inconsciente pero evidente con los testimonios orales que muchos de los escritores españoles de ese fecundo periodo de la crónica tomaron de los indígenas a los que inquirían. Así, la literatura nace de la fascinación de lo que miran, de la intensidad de lo que viven, de la comprensión e incompresión de cómo interpretan esa nueva realidad y de las voces que se repiten como ecos, que tejen y destejen el pasado que los escritores europeos dejan marcado en el papel para las generaciones venideras.
Es pues el nacimiento de un género en el que los indígenas del vasto continente americano tiene arte y parte, por mucho que sus voces aparezcan insumidas en la palabra escrita. Fueron textos que nacieron, sin percibirlo, de una colaboración, de un ir venir de diálogos por mucho que quienes preguntaran lo hicieran más de una vez por la fuerza, por mucho que las respuestas fueran cambiadas o adecuadas a un interés. Vale aquí recordar que unos escribían por encargo de la Corona, pero otros mucho escribieron porque les parecía un pecado imperdonable no dejar testimonio de ese mundo que los “forzaba” a escribir porque nadie creería sino que eso que veían y vivían era verdadero.
La lengua de los conquistadores se va tornando poco a poco en una lengua de todos, como acabaría siéndolo de más de quinientos millones de seres humanos en el siglo XXI. Una lengua que en América se hace distinta no sólo en los vocablos nativos que recoge de centenares de otras lenguas habladas, escuchadas, moldeadas y también desaparecidas que le dan a los sonidos de Castilla un toque tan profundo que la cambian, no sólo en la incorporación de voces distintas, sino en sus giros, en su propia construcción gramatical, en una musicalidad más suave que la de la estepa del centro de la península ibérica.
Las crónicas son así la primera prueba de la mezcla de la destrucción, creación, recreación y mutua apropiación de un universo que sería lo que hoy es América Latina. No puede, en consecuencia, comprenderse nuestra literatura sin conocer la ruta de las crónicas que son para nosotros lo que fue el Poema del Mío Cid y las jarchas para la saga literaria de España.
Fuente: Los Tiempos