La fuerza de los mitos literarios, una respuesta a mis críticos
Por: H. C. F. Mansilla
Un modesto texto mío sobre Jaime Saenz, publicado en Página Siete del 12 de mayo de 2019, ha incomodado a algunos intelectuales del país. Es bueno que esto suceda. Mi artículo no tenía como propósito principal examinar o evaluar la notable obra literaria del maestro, sino llamar la atención sobre tres aspectos que mis críticos dejan sintomáticamente de lado:
1. Para bien o para mal, vivimos en la Era Moderna, que se destaca por una actitud básicamente favorable a la duda sistemática y al cuestionamiento de todos los valores, empezando por los más entrañables, como los religiosos y los familiares.
Esta constelación promocionó el desarrollo de la ciencia y la tecnología a partir del siglo XVI, cuya significación actual para la vida cotidiana de todo el planeta es claramente visible. En la modernidad no hay vacas sagradas en ningún campo del quehacer humano. Y esto incluye lo más interesante y difícil, que es el cuestionamiento de nuestras convicciones más profundas y de nuestras emociones sublimes.
La recepción de Jaime Saenz en la posterior configuración del ámbito cultural es una oportunidad significativa para indagar acerca de los valores y los prejuicios normativos de una buena parte de los intelectuales bolivianos.
Hace algunas décadas, Octavio Paz aseveró que la característica distintiva de América Latina es la falta de una tradición crítica, moderna, abierta al análisis y al cuestionamiento de las propias premisas. Esta carencia ha sido, paradójicamente, alimentada por los intelectuales convencionales de izquierda, quienes, aparte de producir pronósticos errados, fomentaron asimismo una atmósfera proclive al autoritarismo, a las falsas ilusiones y a la celebración de las tradiciones ancestrales “auténticas”.
2. Mi artículo tenía una pretensión muy simple: describir la mentalidad de aquella pequeña parte de la sociedad boliviana que se consagra al arte, la literatura y el pensamiento. Hago escasas menciones directas a Saenz. No afirmé ni indirectamente que el maestro en persona hubiera bebido alcoholes baratos ni inhalado cocaína. Es muy curioso cómo la gente indignada lee un texto…
Quería más bien describir la atmósfera y los valores de orientación de sus discípulos, quienes en aquella época (1983) acariciaban ideas algo exaltadas acerca de la inminente revolución socialista y en torno a las presuntas bondades de regímenes que tratan de acelerar la evolución histórica, como los totalitarismos de Hitler y Stalin.
Antes de que el sopor de los alcoholes y las drogas enturbiaran la velada, había en la sala una clara simpatía hacia sistemas autoritarios y caudillos carismáticos como Perón, Castro y Mao.
La proporcionalidad de los medios, la defensa de los derechos humanos y el respeto a los que piensan de otra manera emergían como asuntos de relevancia menor y obstáculos para la necesaria revolución radical.
Frente a las inmensas tareas de la genuina revolución –fenómeno que había adquirido una marcada connotación religiosa y apocalíptica–, la eliminación del modelo democrático fue pasada por alto en cuanto un hecho de relevancia limitada, ya que la edificación de un orden justo deja en la sombra las otras prioridades.
Hablo en pasado porque los asistentes a aquella velada han adoptado entretanto puntos de vista democráticos y pluralistas…
3. El estudio de la historia y la nostalgia crítica nos deberían alertar acerca de los peligros inherentes a la simbología y a las formas exteriores de los experimentos totalitarios.
Los “logros” del fascismo son ahora apreciados y medidos por su capacidad de seducción y entretenimiento, por sus aspectos estéticos y por haberse opuesto a la tradición occidental del racionalismo.
Esta revalorización de lo mágico y místico, la combinación de lo tenebroso con lo maravilloso y la inclinación al esoterismo no deberían encubrir los crímenes del fascismo, uno de los regímenes más detestables de la historia universal. Los intelectuales renuncian de esta manera a su función crítica, es decir: a practicar una distancia racional y analítica precisamente con respecto a los fenómenos que ellos admiran.
Para concluir, quiero señalar que mi artículo sobre Jaime Saenz no dice ni una sola sílaba sobre sus parientes. Hasta leer a mis críticos no sabía nada de la existencia de la tía de Jaime, Esther Guzmán, quien cuidó de manera ejemplar al maestro durante largos años.
Tampoco digo una sola palabra sobre suciedad en la casa del poeta. Lo único que afirmo es que había una evidente falta de ventilación en los Talleres Krupp, lo que abarca también una carencia de aire fresco en el ámbito espiritual.
Mi texto es un esbozo de crítica del mito literario contemporáneo, según el cual los Talleres Krupp constituían “un espacio marginal y rebelde de rico intercambio cultural”, como afirma Wikipedia. Es decir: lo que realmente no ha gustado es mi apreciación de las veladas literarias, en las cuales se habla poco de literatura y arte y mucho sobre el prójimo ausente.
Nihil novi sub sole.
Fuente: Página Siete