Hacia una reconstrucción histórica del “Franz Tamayo”
Por: Martin Zelaya Sánchez
Historia, detalles, cifras
“Con motivo de celebrarse la Semana de Homenaje a Franz Tamayo, en octubre de 1966, la Honorable Municipalidad de La Paz creó, mediante Ordenanza de fecha 30 de septiembre de 1966, el Concurso Anual de Poesía ‘Franz Tamayo’, a fin de estimular la creación poética en Bolivia”.
Así empezó esta historia. Esto que acabamos de transcribir es parte del texto introductorio del primer libro galardonado con el “Franz Tamayo”, el concurso y premio literario más tradicional de Bolivia; casi exclusivo en el género del Cuento en las últimas décadas, pero que hace 53 años empezó con la Poesía, premiando a uno de los más destacados autores de la segunda mitad del siglo XX: Julio de la Vega, con su Poemario de exaltaciones.
Tras más de medio siglo, llegamos en 2018 a la versión XLV del concurso que a lo largo de su historia convocó en cinco géneros: teatro, poesía, cuento, novela y ensayo. Muchas veces, sobre todo en los primeros años, las bases del premio alcanzaron a más de un género a la vez, pero finalmente a partir de los años 90, se consolidó como un referente del cuento nacional. Es así que la XLV versión que recayó en Brayan Mamani con el cuento Por ahora soy el invierno y que cierra esta antología, es la trigésimo cuarta convocatoria en el género, lo cual se traduce en 33 libros publicados y 35 obras galardonadas. La variación se debe a varias razones: en 1992, según consta en una nota periodística , ganó Rolando Zubieta Rodríguez con La intemperie de los locos, obra que no aparece en registros de una decena de bibliotecas paceñas y cuya edición no consta en archivos ediles; en 1994, en la XXIV versión, el jurado dio premio compartido y se publicaron los libros Historias inofensivas de Erika Bruzonic y Memorias de un postillón, de David Acebey. Por otro lado, la versión siguiente, la XXV, convocada recién en 1998, también dio un primer premio compartido entre Marcos Sainz y Gonzalo Flores Céspedes, pero en este caso se editaron en un solo volumen.
Tras esa suerte de punto de inflexión, a partir de la versión XXVI, que en 1999 ganó Ana María Grisi con “China Supay”, empezó a galardonarse solo a un cuento ganador que en estas dos décadas se publica casi sin interrupciones en un solo volumen junto a los finalistas o menciones definidas por el jurado. Casi sin interrupciones, decíamos, porque en 2008, la versión XXXV fue declarada desierta.
Son entonces 34 versiones del “Franz Tamayo” en Cuento, y le sigue en cantidad la Poesía, con 17 convocatorias, incluyendo las dos más recientes –ganadas por Esperanza Yujra (2017) y Vadik Barrón (2018)– con las que se volvió a convocar en más de un género tras 20 años. Tanto en novela como en ensayo, se emitieron seis convocatorias, y como resultado, se publicaron seis novelas –de cinco autores, pues Enrique Rocha Monroy ganó dos veces– pero solo hubo cuatro ganadores de ensayo, pues en dos casos el jurado optó por otorgar solo menciones, de acuerdo a lo que pudo corroborarse en la investigación.
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Al revisar la lista de los 34 cuentos publicados en este libro, los nombres de los autores ganadores así como de los finalistas (desde 1999, cuando la convocatoria fue solo para un relato), saltan a la vista algunas ideas e interrogantes. Por ejemplo, lejos de ser un premio reducido a escritores paceños, al revisar los perfiles de los ganadores vemos que más de la mitad son de otras regiones del país. Quince son de La Paz, 5 de Oruro, 3 de Cochabamba, 2 de Chuquisaca, 2 de Potosí, 2 de Santa Cruz y 1 de Beni. Hay un escritor chileno-boliviano (Gabriel Entwistle) y uno argentino-boliviano (Óscar Díaz Arnau, residentes en Cochabamba y Sucre, respectivamente. De Gonzalo Flores, no fue posible establecer su procedencia. Vale como detalle señalar que cinco de los galardonados nacieron en provincias: Shimose (Riberalta), Acebey (Chaco), Caballero (Catavi), Rivero (Montero) y Oyola (Huari Huari). Y que hay solo seis escritoras ganadoras, aunque no pocas mujeres participantes, según se aprecia en las nóminas de menciones.
Una consulta frecuente a la hora de estimar el valor y trascendencia de un certamen literario es establecer la trayectoria y logros de sus ganadores. A simple vista, en el caso del “Tamayo”, se puede evidenciar que se trata de un concurso que atrae a firmas noveles muchas de las cuales se consolidaron a partir del galardón. Para muestra, mencionemos a René Bascopé Aspiazu, que además de sus dos primeros lugares en Cuento en 1977 y 1979, fue segundo lugar en Novela en 1978 con Los rostros de la oscuridad; Ramón Rocha Monroy, que a sus 25 años ganó el Premio de Ensayo con Pedagogía de la liberación; Eduardo Nogales, acaso uno de los más destacados poetas de su generación, y el único ganador en dos categorías: Poesía y Cuento; y Giovanna Rivero, cuyo premio en 2005 coincidió con el momento de consolidación como una de las voces más destacadas de la prosa en el país. Por lo demás, hay que mencionar que no pocos narradores hoy en día referentes, tuvieron menciones de honor en Cuento: citemos a Edmundo Paz Soldán, Maximiliano Barrientos y Rodrigo Hasbún.
Sí llama la atención un fenómeno muy singular y característico del “Franz Tamayo”, al menos en las últimas décadas: los autores de un solo cuento. Francisco Cajías, Guillermo Aguirre, Mabel Vargas y Virginia Ruiz, por mencionar algunos casos, no publicaron más relatos ni antes ni después de haber vencido en el concurso; acaso alguno de ellos entregó un par de textos a alguna revista o suplemento cultural. Convencer al jurado de cinco miembros no es, entonces, privativo de narradores con trayectoria y probada pericia; de ahí que a la vez se da otro curioso hecho: muchos autores y autoras perseveraron en tres, cuatro y seguramente más versiones del “Tamayo”, lo que se puede comprobar al leer las listas de finalistas. Esta situación, sobre todo la primera variable, seguramente no sería tal si se volviera a convocar a libros de cuentos y no solo a un relato.
En la parte final de “El misterio del Estido”, de Willy Camacho, leemos: “…me explicó que el estido solo era una metáfora gastada de una metáfora superior, que a su vez respondía a un mecanismo metonímico que vinculaba una sinécdoque con una alegoría…”. Aunque “estido”, es una conjugación errada relativamente común en el habla popular paceña, no fue sino hasta la publicación y popularización de este relato que se instaló en el imaginario urbano, sobre todo de la clase media, y merced al auge de los blogs de los que Camacho fue precursor a mediados de la década pasada. Que una obra de ficción, un personaje o –en este caso– una palabra, un “comodín”, llegue a naturalizarse en la cotidianidad real de una colectividad, no es poco. Esta trascendencia bastaría para justificar una aventura de la magnitud del Premio Nacional de Literatura “Franz Tamayo”, y por supuesto que no es la única, ni mucho menos.
Cerramos este texto introductorio con la obligada referencia a don Franz Tamayo, una de las cimas de la poesía boliviana, y en cuyo honor el municipio instituyó este certamen. “¿No surge el astro ya sobre la cumbre?”, se pregunta en “Habla Olimpo”, su archiconocido poema que no por ello deja de ser uno de los mejor logrados de la poética boliviana. “No rías Mevio de mirar la cumbre”, responde de inmediato. Con “Mirar la cumbre”, entonces, queremos referir a la mayor pretensión de estas páginas: procurar una contemplación, detenida y reflexiva, a una pequeña aunque nada incipiente institución de la literatura boliviana. Miremos juntos, pues.
Fuente: Puño y Letra