La ventana y los parques de Jesús Urzagasti
Por: Óscar E. Jordán Arandia
Cuando recuerdo a Jesús Urzagasti (1941-2013) siempre se me viene a la mente la imagen de una ventana que tiene dos lados y no obstante un solo espacio: un parque infinito e inconmensurable que, sin embargo, está separado por la susodicha ventana.
Me explico, es como si transitáramos por un parque -extenso, verde y frondoso- y de pronto tropezamos con una ventana -sin pared, sin muro, hecha de marco y vidrio- por la que debemos cruzar si queremos darle contigüidad al camino. La metáfora nace de la novela de Urzagasti De la ventana al parque (1992) y está relacionada con la vida y la muerte, la memoria y el olvido, los recuerdos y la desaparición.
En la novela encontramos precisamente un homenaje a los muertos, al recuerdo y a la memoria, por tanto, también a la vida.
Algunos paisajes previos
Los paisajes por los cuales la novela nos recorre son varios. Cada lugar que se atraviesa es un espacio en la memoria y está ligado al recuerdo de los muertos. Hay decenas de muertos y paisajes, pero, indudablemente, los rincones del Chaco son los que más frecuentemente se transitan, quizás porque para Urzagasti -oriundo del Gran Chaco- representan el elemento fundador de su propia existencia.
Aunque en un espacio de puro pensamiento-el de la memoria-, los muertos a los que recuerda Urzagasti reaparecen, vuelven a reír y cantar, las épocas vividas son evocadas y con el espacio que vuelve, vuelven también los muertos.
Todos los muertos, de alguna manera diferentes entre sí, llegan a conocerse más allá de la vida, precisamente en el espacio de la memoria.
Urzagasti es un intermediario que permite que se conozcan los muertos que en vida nunca pudieron llegar a hacerlo, ya sea por la distancia espacial o por la del tiempo.
“Mis amigos muertos proceden de mundos dispares, algunos de ellos ni siquiera cruzaron un saludo y en la mayoría de los casos el uno no supo de la existencia del otro”.
Los muertos se conocen en un mundo subjetivo y personal gracias al recuerdo que el autor guarda de ellos, se conocen en la memoria donde habita la palabra y donde también están los muertos, lejos de la muerte, vivos a causa de la mente que los nombra y al hacerlo, los evoca.
Urzagasti canta la vida y los silencios de los muertos, el cómo llegaron a encontrarse con la presencia hermética de la muerte. Están en su cabeza, como fantasmas, como demonios propios, como ese “hombre verde” que también aparece por alguna de las páginas de la novela.
En su calidad de intermediario, Urzagasti tiene la cualidad de poder refugiarse en el espacio intemporal del recuerdo, de la melancolía que se acuerda de algunos puntos específicos del tiempo, pero en ninguno se detiene, y es que la vida continúa a pesar de los días que se marcharon y que no volverán nunca.
Los parques de Buenos Aires y Luxemburgo o las melodías de Mahler y Schubert reaparecen cuando los recuerda, debido a la infinita melancolía, y puede vestirse de sueño, alucinación o fantasía. Pero de todas formas todos los recuerdos terminan en una oscura habitación de La Paz, junto a la presencia de Urzagasti que en ese momento estaba evocando, nombrando, haciendo que las imágenes que se fueron, vuelvan.
De la ventana y los parques
Existen dos grandes parques en la novela: el parque de los recuerdos y el gran parque del mundo.
El parque del mundo es el espacio en el que los vivos reinan, y que de alguna forma Urzagasti lo menciona “recluyéndolo más bien en una biblioteca, desde donde observa el movimiento de la vida en el gran parque y a los seres humanos ahí distribuidos a capricho de los dioses”.
Los muertos son los únicos aptos para pasar del parque del mundo al de la memoria. La ventana es un puente que los conecta y a través de ella pueden entrar y salir.
Por la cara de la ventana que da al parque del mundo, los personajes, los amigos muertos, se introducen para habitar los espacios internos de Urzagasti.
De los espacios externos, de las calles, de las avenidas, de las bodegas, llegaron los personajes de su novela, para permanecer en el recuerdo y habitar el parque intemporal de la memoria, que tan sólo es posesión de los vivos.
El salto final
En un primer momento, los muertos saltan por la ventana para habitar el espacio de los recuerdos.
Pero, en las últimas páginas del libro, los fuertes lazos que unen a Urzagasti con sus recuerdos se van rompiendo; aleja a los muertos de la memoria y, finalmente, los obliga a saltar al otro lado.
Por la ventana, por ese obstáculo para una contigüidad de los parques, él empuja, desaloja, de alguna manera vuelve a matar a los muertos. Inmediatamente después, los sigue hasta el final saltando él también por la ventana, abandonando el espacio que con ellos habitaba e inaugurando una nueva etapa.
“Pero ha llegado la hora de echarlos a andar por las calles de la ciudad de La Paz. Ahora que brincaron al gran parque latinoamericano, en lugar de cerrar las ventanas, salto yo mismo -con mis 70 páginas bajo el brazo- rumbo al universo ideado por Edgar Bayley” (101).
En el reino de la memoria y de los recuerdos las imágenes vividas se petrifican y, de esa manera, los muertos que se han conocido en vida tienen un lugar en el cual evadir el olvido.
Yo tengo en mi memoria la imagen de una ventana y, del otro lado, mi amigo Jesús Urzagasti está mirándome y diciendo: “haz lo que tengas que hacer, lo demás vendrá por añadidura”.
En ese momento se refería a que el quehacer literario al que yo pretendía emprender no es una garantía para sobrevivir en el mundo, pero preocuparse por ello es inútil. Lo mejor es dedicarse a lo que uno de verdad cree, el resto llegará sin que uno lo busque.
Por los rincones más oscuros y más claros de la memoria se ve atravesar el tiempo. Hacer saltar por la ventana a los recuerdos que viven dentro es una forma de librarse de la nostalgia, también de la tristeza.
En el fondo, quizás este escrito no sea más que un intento por tratar de que un recuerdo salte por la ventana y dé paso a otro, una forma de reiniciar la memoria.
Fuente: Ideas