¡Se reivindicó el Cervantes!
Por Raúl Zurita
La noticia del Premio Cervantes a Nicanor Parra es de una justicia infinita y la más grande de las alegrías. ¡Se reivindicó el Cervantes! Nicanor Parra nos reinventó la libertad. Su obra encabeza toda revuelta y está inscrita en el futuro. El mostró la democracia irrefutable del habla, su propiedad comunitaria y compartida, haciéndonos ver que los seres humanos, al igual que sus palabras, carecen de jerarquías y son profundamente iguales. La antipoesía cumplió con la tarea de liberar a las palabras obreras, aquellas que cotidianamente fundan la vida, de la sumisión que les imponían las palabras sagradas. Lo que su obra propone es la compartición comunitaria para la pluralidad de lo humano de todas las fuerzas que yacen mermadas, coartadas, esclavizadas bajo la tiranía de la propiedad. El habla absorbe las “grandes” obras y estas a su vez no son sino modulaciones particulares de los lenguajes de las tribus de las que nacen y en las que vuelven a hundirse. Platón, Shakespeare, Quevedo, son destellos en ese mar del habla sin más derechos que el diálogo de dos lavanderas a la orillas del río o de dos estudiantes en un bar. Es lo que Nicanor ha develado y su revolución es nada menos que eso. Al frente, prisioneros de un mundo avergonzante, creemos ser dueños de lo que está siendo escrito, de lo que está siendo hablado, y de allí la obsesión por el copyright, por la autoría individual, es decir, por el lucro. Nicanor Parra nos recuerda la incancelada imagen de un sueño negado: el sueño del fin de todo privilegio, esto es, el sueño del fin de la soledad.
Es olvido
Juro que no recuerdo ni su nombre,
Mas moriré llamándola María,
No por simple capricho de poeta:
Por su aspecto de plaza de provincia.
¡Tiempos aquellos!, yo un espantapájaros,
Ella una joven pálida y sombría.
Al volver una tarde del Liceo
Supe de la su muerte inmerecida,
Nueva que me causó tal desengaño
Que derramé una lágrima al oírla.
Una lágrima, sí, ¡quién lo creyera!
Y eso que soy persona de energía.
Si he de conceder crédito a lo dicho
Por la gente que trajo la noticia
Debo creer, sin vacilar un punto,
Que murió con mi nombre en las pupilas,
Hecho que me sorprende, porque nunca
Fue para mí otra cosa que una amiga.
Nunca tuve con ella más que simples
Relaciones de estricta cortesía,
Nada más que palabras y palabras
Y una que otra mención de golondrinas.
La conocí en mi pueblo (de mi pueblo
Sólo queda un puñado de cenizas),
Pero jamás vi en ella otro destino
Que el de una joven triste y pensativa.
Tanto fue así que hasta llegué a tratarla
Con el celeste nombre de María,
Circunstancia que prueba claramente
La exactitud central de mi doctrina.
Puede ser que una vez la haya besado,
¡Quién es el que no besa a sus amigas!
Pero tened presente que lo hice
Sin darme cuenta bien de lo que hacía.
No negaré, eso sí, que me gustaba
Su inmaterial y vaga compañía
Que era como el espíritu sereno
Que a las flores domésticas anima.
Yo no puedo ocultar de ningún modo
La importancia que tuvo su sonrisa
Ni desvirtuar el favorable influjo
Que hasta en las mismas piedras ejercía.
Agreguemos, aun, que de la noche
Fueron sus ojos fuente fidedigna.
Mas, a pesar de todo, es necesario
Que comprendan que yo no la quería
Sino con ese vago sentimiento
Con que a un pariente enfermo se designa.
Sin embargo sucede, sin embargo,
Lo que a esta fecha aún me maravilla,
Ese inaudito y singular ejemplo
De morir con mi nombre en las pupilas,
Ella, múltiple rosa inmaculada,
Ella que era una lámpara legítima.
Tiene razón, mucha razón, la gente
Que se pasa quejando noche y día
De que el mundo traidor en que vivimos
Vale menos que rueda detenida:
Mucho más honorable es una tumba,
Vale más una hoja enmohecida,
Nada es verdad, aquí nada perdura,
Ni el color del cristal con que se mira.
Hoy es un día azul de primavera,
Creo que moriré de poesía,
De esa famosa joven melancólica
No recuerdo ni el nombre que tenía.
Sólo sé que pasó por este mundo
Como una paloma fugitiva:
La olvidé sin quererlo, lentamente,
Como todas las cosas de la vida.
Fuente: La Tercera