01/18/2008 por Marcelo Paz Soldan
Sobre Felipe Delgado de Jaime Saenz

Sobre Felipe Delgado de Jaime Saenz

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Algunos apuntes sobre Felipe Delgado
Por:Adolfo Cárdenas

Una lectura más de la emblemática novela de Jaime Saenz, que hace algunos meses fue reeditada por primera vez después de 28 años
Al hablar con varias personas, inscritas obviamente en el tramo del consumo literario, y preguntar específicamente sobre el peso de la obra de Saenz en la literatura contemporánea, he encontrado cierta reticencia sobre el tema en cuanto a acercamientos o alejamientos alrededor de ella.
Algunos convienen en que es un gran poeta, pero… Otros pretenden que sus referencias están dirigidas a un espacio muy particular como es la ciudad de La Paz y que en ese sentido concitan el interés de la paceñidad tan sólo. Alguien dijo: “Felipe Delgado es como el bizcocho de Alasita: mucha masa y pocas pasas…”.
Y todavía alguno más pretendía que el imaginario Saenziano no correspondía al de la ciudad de La Paz en su contemporaneidad, seguido todo esto de un largo etcétera de justificaciones sobre la no lectura o no comprensión de esta novela en particular.
Explicar dichas actitudes no es inédito ni original, por el contrario, entran de hecho en las confrontaciones entre lo que se ha dado en llamar los Saenzianos y los no Saenzianos, y que circunvalan alrededor de lo formal o lo contextual en el aparente marco de un primer nivel de lectura, es decir, la comprensión de la historia narrada en apariencia sin recurrir a los simbolismos que ella pueda conllevar.
A mi entender, Felipe Delgado, alter ego de su autor, es el Caronte que guía a quien quiera seguirlo a través de territorios que destilan la bruma propia de la noche, más no aquella de las luces de neón, sino la que nos adentra en la sordidez de los callejones del inconsciente.
En este sentido, ¿cuál es la ciudad que plantea Saenz? En apariencia es La Paz como puede serlo Praga o Cochabamba, aunque en realidad el artista nos habla de una ciudad interior, de la perfecta desconocida, de aquella que se rechaza por motivos de salud mental porque si bien —y como es de reconocimiento estético— el artista —lo repito— puede transitar impunemente dichos territorios sin el temor de perderse para siempre entre sus recovecos, acaso el viajero pierda la pista y en algún momento se hunda para siempre en aquellos laberintos.
Ése es el desafío de un escritor que no busca la vulgaridad de la gloria vana y que, por el contrario, convoca a quien quiera seguirlo en un ritual que aparentemente es solamente la noche, el frío, el alcohol o el estado alterado, pero que en profundidad se constituye en mero vehículo, mero ayudante en el tránsito hacia las profundidades del terror primordial. Esas geografías son sólo conocidas por los iniciados en la reflexión sobre los grandes temas de la literatura y el pensamiento filosófico, vale decir la banalidad de la vida como ruido mundano, el esfuerzo por entender la muerte desde la finitud o lo insustancial de la compañía del prójimo a veces tan próximo.
Quizá ésta es la explicación de por qué Felipe Delgado jamás será una novela de consumo masivo, convirtiéndose en todo caso en un texto de culto para quienes quieran entender que esta ciudad es la noche de otras ciudades en las que se puedan respirar aires más displicentes. Esta ciudad comprendida por escritores de mi generación tales como Humberto Quino o René Bascopé o los inmediatamente posteriores como Juan Carlos Orihuela o Rubén Vargas, entre otros, y para quienes el poema perfecto sólo deviene del alarido.
Luego de balbucear apenas algo de lo mucho, luego del vano intento de descifrar esta novela con sus portentosos claro-oscuros, es que no queda nada más que intentar definirla con las propias palabras de Saenz cuando dice:
En las profundidades del mundo existen espacios muy grandes / Un vacío presidido por el propio vacío / que es causa del terror primordial del pensamiento y del eco.
Existen honduras inimaginables, concavidades ante cuya fascinación, ante cuyo encantamiento / seguramente uno se quedaría muerto.
Ruidos que seguramente uno desearía escuchar, formas y visiones que uno desearía mirar / cosas que seguramente uno desearía tocar, revelaciones que seguramente uno desearía conocer / quién sabe con qué secreto deseo, de llegar a saber quién sabe qué…
Fuente: www.laprensa.com.bo