08/08/2009 por Marcelo Paz Soldan
Condorito después de Pepo

Condorito después de Pepo

Condorito

El periodista Pedro Peirano cuenta en qué anda este personaje chileno que cumple 60 años.
Por: Pedro Peirano

Es día de cierre en un pequeño taller de editorial Televisa, Santiago de Chile. Un grupo no muy numeroso: dos dibujantes, cuatro humoristas, un pasador a tinta, un colorista, unos cuantos colaboradores, intenta finalizar a tiempo y simultáneamente tres ediciones de la emblemática revista Condorito. Condorito, Condorito de Oro y Condorito de Colección no dan tiempo para pensar. La urgencia es aplastante y los chistes se “sacan” – por decirlo de algún modo- de todas partes: la creación colectiva, internet, antiguas revistas, la antediluviana y falible sección “La risa, remedio infalible” de las Selecciones del Reader’s Digest. La mayor y más rápida fuente de recursos humorísticos sigue siendo, empero, el propio Condorito. Tras 60 años, la editorial cuenta con un stock casi ilimitado de chistes que, maquillados, se reciclan una y otra vez para llenar, llenar y llenar. No hay que ser gracioso, gracias al cielo. A sus 80 millones de lectores repartidos en 13 países eso no les importa demasiado. Condorito es una institución tan enraizada en el imaginario popular, que no tiene que demostrar nada. Y debe saberlo muy bien, ya que ni siquiera hace el esfuerzo.
Condorito es una de esas tradiciones que parece que siempre hubieran estado ahí, sin que nadie las inventara. La clase de tierra de nadie de la cual usualmente sorprende conocer el origen. Los mexicanos creen que sin duda es mexicano, mientras argentinos, peruanos y colombianos no tardan en atribuírselo en cualquier casual conversación. Los habitantes de Chile nos enfurecemos al saberlo, heridos en esa desproporción llamada orgullo patriótico. En parte, el teatro es justificado. El chileno René Ríos Boettinger, alias Pepo, creó el personaje en 1949 motivado por esa misma clase de orgullo. Estaba indignado con Walt Disney y su visión de Chile.
Pepo versus Disney
Virtuoso acuarelista y caricaturista político, maestro en el diseño de apetitosas doncellas y gordinflonas vomitivas, Pepo había brindado al mundo unos cuantos personajes (Vivorita, don Rodrigo) que, la verdad, apenas destacaban en ese superpoblado mar de inocente humor semigracioso de las revistas pícaras de la época. Un hecho inusual, sin embargo, cambiaría la historia: Ríos vio la película de Disney Saludos amigos (1943), una producción animada sospechosamente coqueta con Latinoamérica, encargada como estaba por el gobierno de los Estados Unidos para afianzar lazos con nosotros en plena Segunda Guerra. En la película, el carismático Loro Carioca jugaba por los brasileños y Donald y Tribilín, con su simpática torpeza yanqui, aprendían lo admirables que eran Bolivia y Argentina para Norteamérica. Chile no tenía destinada tanta zalamería: estaba representado por Pedro, un dulce y debilucho avioncito que intentaba cruzar los Andes para entregar el correo.
Un año antes de su muerte, Pepo me concedió la que sería su última entrevista. Ya tenía 87 años, pero rememoraba vívidamente la reacción que le provocó la fábula disneyana. “¡No puede ser! ¡El chileno no es así!”, se dijo, y se puso a idear algo “a la altura” de sus compatriotas. El cóndor es el ave nacional del país, así que comenzó por ahí. “Lo bajé del escudo y lo vestí de ‘rotito’ (un tipo humilde, pero ingenioso), con sus alpargatas y su camiseta; el cóndor humanizado…”. En poco tiempo daba vida a un personaje de extracción popular que, intentando representar al “chileno de tomo y lomo”, no hacía más que reiterar la caricatura del pobre astuto que todo pueblo adopta para mirarse a sí mismo con dignidad.
Pelotillehue, Yayita y otros
Desde esa primera vez en que apareció robando gallinas en la popular revista Okey, Condorito borró de la memoria cualquier otro personaje que quisiera quitarle terreno. “Cuando uno inventa un personaje – decía Pepo- , nunca piensa mucho en cómo va a ser, qué ideología va a proyectar, ni cuál va a ser su mundo de relaciones. Condorito se fue formando de a poco. Al principio era mucho más cóndor. Sin embargo, vivía entre humanos, éste fue el rasgo que lo diferenció de los personajes de Disney, que viven en un mundo aparte del real”. Su pueblo natal, Pelotillehue, proviene de la denominación del estúpido en Chile, un “pelota” (el boludo argentino), y el sufijo de tantos pueblos campestres, “llehue” (en mapuche, “lugar de”).
Como en todo cómic legendario, la mitad de la gracia se encontraba en el entorno que creó Pepo para su cóndor. “De repente empecé a poblar su mundo con una serie de personajes, que permanecen hasta hoy”. Secundarios que revelan la admirable capacidad de su autor de advertir y estrujar fenotipos, muchos de ellos amigos y parientes. “Comegato fue un pescador que efectivamente se alimentaba de gatos, y se le fue poniendo cara de felino… Huevoduro era un funcionario de la Embajada de Canadá tan blanco que parecía no tener sangre. Yuyito, una sobrina muy querida. Don Chuma fue mi compadre. Para Yayita, tomé el nombre de una cuñada”. Los decorados de las historias estaban enriquecidos con excelente humor absurdo, sonámbulos caminando por las calles, cocodrilos saliendo de basureros, excéntricas publicidades (“Tome Pin y haga Pun”, “Tome Vino y se Fue”, “Jabón Sussio: No lava”, “restaurante El Pollo Farsante”). Condorito pasó de la bribonería a encarnar una multiplicidad de profesiones y condiciones sociales, ampliando velozmente sus posibilidades cómicas. La estructura siempre fue igual, todo chiste rematando en un desmayo de la “víctima”, acompañado por la onomatopeya “¡Plop!”. De vez en vez, el cuento era tan absurdo que el protagonista finalizaba mirando al lector mientras exclamaba “¡Exijo una explicación!”. Ni en esa época, ni ahora, Condorito provocó carcajadas, pero por alguna razón siempre fue imposible dejar de leerlo. Con su humor de suegras mórbidas y falsos ciegos que mendigan, nunca se manejó en el terreno de lo que actualmente denominamos “humor inteligente”. Pero su autenticidad y gentil incorrección lo hacían irresistible.
Jueves Legendarios
En 1955, la popularidad derivó en una revista recopilatoria y Pepo tuvo que contratar dibujantes para dar abasto. Condorito, sin embargo, no dejó de ser percibido como el personaje de un autor, que incluso lo usaba para vengarse de sus enemigos. Es famoso el grafiti “Muera el roto Quezada” que aparecía majaderamente en las paredes de sus decorados. Washington Quezada era un tipo que había sido muy insolente con la mujer de Ríos, por lo que merecía un doble desquite: Washington es también el perro de Condorito. Solo la noticia de su fallecimiento, muchos años después, detuvo este sui géneris escarnio… por un tiempo. Pepo luego se enteró de que la muerte había sido inventada por el astuto Quezada para que lo dejara en paz.
Condorito traspasó pronto las fronteras nacionales y fue recibido con entusiasmo por los países vecinos mientras se blanqueaba aquí y allá, como le pasó a Cantinflas (que también robaba en su primera película). Así, disminuyeron sus hurtos y borracheras, y abandonaba el cigarro en el 79. En los ochenta alcanzaría su mejor nivel gracias a la escasa oferta de trabajo para artistas creativos que había en plena dictadura de Pinochet. Esto le reportó a la apolítica revista dibujantes de primer nivel y los mejores guionistas, que cultivaron un humor simple pero de primera. Uno de sus viejos colaboradores recordaba “los jueves legendarios”: “Ése era el día en que llegaban a la oficina los mejores cómicos a vendernos chistes”.
Televisa
Pepo mantendría su autoridad un buen tiempo. Su firma era la única visible, y la leyenda institucional insistió hasta el final de sus días en la ilusión de que “revisaba y aprobaba cada página de la revista”, tal como los cómics de Disney eran supuestamente “controlados” por su antiguo némesis Walt, quien también obligaba a sus dibujantes a trabajar bajo total anonimato. “Sigo al pie del cañón – me decía, no muy convincentemente- , corrigiendo, viendo textos, vistos buenos a portadas… todavía funciona mi mano derecha, y el mate no transmite. Creo”. Era evidente, sin embargo, que su presencia era cada vez menor en las decisiones editoriales. Tras la adquisición del personaje por la editorial Televisa, se impuso el criterio de que todo rasgo local o incorrección política debía eliminarse en pro de una más eficiente internacionalización. Se eliminó la Cordillera de los Andes, demasiado característica del paisaje chileno. A mejor vida pasaron personajes que podían herir susceptibilidades, como el demasiado indígena amigo boliviano Titicaco o Che Copete, un fanfarrón argentino, creados en primera instancia precisamente para incluir a esos países en las historias. El judío usurero Don Jacoibo fue reemplazado por un más inofensivo Don Máximo Tacaño. Ya no estaban los tiempos para tales aberraciones humorísticas, aunque, por cierto, los cambios eran debidos más al oportunismo que a un ataque de conciencia moral. Su humor elemental no podía, por ejemplo, permitirse prescindir de los bastante más ofensivos africanos de inteligencia simiesca, labio carnoso y predilección por la carne humana (total, África está lejos). Pelotillehue dejó de ser pobre, haciéndose eco del espíritu más aspiracional de nuestros tiempos. La riqueza del mundo de Pepo, casi toda su originalidad desbordante y humanizadora crítica soterrada se basaba en esa miseria tan descaradamente retratada, esas calles repletas de hoyos, esos techos de casuchas sostenidos con piedras y neumáticos que de pronto nadie quería recordar que componían el paisaje de Latinoamérica. Condorito no era un drama social, pero era honesto. Demasiado honesto. Tras la muerte de Pepo en 2000, los cambios se profundizaron, agravados por la sostenida disminución de la calidad de artistas y guionistas. Al final de sus días, se quejaba el autor por la desaparición de guiños y chistes visuales de las viñetas. “Ciertamente esas pequeñas intrigas son simpáticas para el lector, y si han ido desapareciendo lo atribuyo a la poca creatividad de los dibujantes, o flojera. Lamentablemente no puedo estar en todas”. La propia cara de Condorito ha perdido vida porque es un logo inamovible, demasiado institucionalizado como para que alguien ose jugar artísticamente con él. De vez en cuando, sin embargo, el viejo espíritu vuelve esperanzadoramente: el tradicional aviso ficticio “Tome Pin y Haga Pun”, fue modernizado por los nuevos guionistas a “Tome Pin Zero. Zero Pun”.
Derechos y conflictos
Pero estas disquisiciones de fan extemporáneo no cambian el hecho de que a nadie parezca importarle en lo que ha devenido el personaje. Además de las seis publicaciones mensuales de Condorito (incluidas las aventuras de su sobrino, Coné el Travieso), se suman las tiras diarias editadas en 77 periódicos en todo el mundo, 26 de ellos estadounidenses. Ni siquiera los herederos de Pepo han hecho nunca reparos públicos al manejo artístico de su obra, aunque sí mantienen una seria polémica por derechos de autor. “Mi abuelo firmó un contrato con Televisa en el que él recibía el 15 por ciento de las ventas de por vida, pero luego de su muerte, la familia recibiría sólo el 5 por ciento, lo que está por debajo de lo que establece la ley”, dice Sebastián Ríos, único nieto hombre del dibujante, quien atribuye a algún desconocimiento o ingenuidad de su abuelo ese trato tan poco lucrativo para la familia. Los Ríos hablan de un total de poco más de 300.000 dólares que se les adeudan, cifra que nos da una idea de las ganancias actuales de Condorito, pero que no nos ayuda a entender el misterio de su franquicia, la que jamás ha demostrado ser extremadamente apetitosa.
Muñecos y películas
En 1974 salió un primer producto, unos libros para colorear. En 1975, unos muñecos de Condorito y Coné lograron buenas ventas para Pepo. También hubo helados y algunos caramelos en los ochenta y Condorito llegó a aparecer en un comercial de Coca-Cola. Pero nada de eso mantuvo una consistencia en el tiempo. Nunca, quién sabe por qué, se ha logrado establecer una verdadera industria de merchandising del personaje, como ha sucedido con Snoopy o Garfield. Hoy existen un silabario de inglés, poleras, un disco casi desconocido que contiene temas de dudosa inspiración como el “Condori-rap”. Todo de baja calidad. Por poco tiempo intentó posicionarse en el mercado un poco apetecible vino de Garganta de Lata (tinto) y Yayita (blanco), sin ningún éxito. Tal vez la clave de tan poca respuesta comercial la hallemos retratada en el caso de la polémica estatua de Condorito, instalada en el parque de una populosa comuna santiaguina, que provoca, más que nada, el horror de los vecinos. Parece ser que, aunque todos dicen amarlo, nadie quiere aparecer relacionado con su excesiva humildad, como si se tratara de un incómodo pariente pobre.
Tampoco ha florecido su teóricamente obvio paso a los dibujos animados. Una ochentera serie de cortos se enfrentó al fatal problema de la voz del personaje. Los productores optaron por realizar gags mudos que, impedidos de explotar su humor esencialmente verbal, pasaron a la historia sin mucha pena y escasa gloria. A principios de 2000 se anunció un proyecto más ambicioso: El show de Condorito, que combinaría actores reales con un protagonista animado. El casting de los actores tuvo gran cobertura, la actriz que interpretaría a Yayita se hizo instantáneamente famosa. Se realizaron 19 episodios pero, al parecer por falta de gracia y el insoluble problema de una voz convincente, no llegaron a transmitirse. Un piloto en el que el pajarraco coprotagonizaba chistes con el famoso Don Francisco tampoco fructificó. Y un largometraje para el cine no pasó más allá de su premisa: raptaban a Yayita, por lo que Condorito y sus amigos tenían que ir a rescatarla. Hace unos años Microsoft manifestó su interés por convertirlo en su rostro para la región, pero finalmente no se llegó a acuerdo (según Pepo, Bill Gates se “achaplinó”). Todo esto es incomprensible. ¿Por qué Condorito no ha podido convertirse en un Payaso Krusty latino? ¿Por qué no hay cereales, libros de sudoku o hasta condones con su rostro? ¡Exijo una explicación!
A pesar de estos traspiés y los rumores de que la revista baja sus ventas cada año, Condorito no parece perder terreno en el imaginario latino. Los actuales dueños de la franquicia internacional, World Editors Inc., han renovado su fe gracias a estudios que señalan que el personaje es reconocido por el 75 por ciento de los hispanos residentes en Estados Unidos. Considerando que son 35 millones de personas, no es raro que la empresa haya patentado hasta la palabra “Plop” (no es broma). Además de la promoción de productos de consumo o campañas publicitarias, sus planes son ambiciosos: discos y más historietas, series animadas, películas. Quién sabe, puede que ahora la lógica se imponga y Condorito se convierta en un fenómeno de merchandising. Es lo mejor que podría sucederle, ya que parece imposible que, como personaje de historietas, vuelva alguna vez a ser gracioso.
Fuente: El Mercurio de Chile