05/22/2009 por Marcelo Paz Soldan
Yolanda, infinita

Yolanda, infinita

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Yolanda, infinita
Por: Javier Badani Ruiz

Yolanda Bedregal amaba el silencio. Sólo cuando el bullicio de sus dos hijos sucumbía ante la llegada de la noche, se sentaba en su escritorio para hilvanar universos literarios en las envolturas de los cigarrillos o en cualquier papel que se le cruzara en la mirada.
Allí, refugiada en su casa de la calle Goitia, surgieron los poemas y relatos que convirtieron a esta paceña en uno de los referentes de las letras del país. Así lo entendieron los intelectuales de Gesta Bárbara, cuando el 21 de mayo de 1948 rebautizaron a la creadora de 32 años como “Yolanda de Bolivia”.
Paradojas del destino, otro 21 de mayo —esta vez de 1999— ese silencio que tanto amó Bedregal se apoderó de su cuerpo, apagando para siempre aquel talento que llevó en los años 80 a la Sociedad Argentina de Escritores a llamarla “Yolanda de América”.
A 10 años de la partida de la literata, la familia Conitzer Bedregal y Plural Editores presentarán, este jueves 21, una obra monumental que recoge en cinco tomos toda la obra poética, narrativa y ensayística de Bedregal. Este proyecto, que tomó cinco años y que recopiló textos nunca antes publicados, ha develado a una nueva Yolanda; aquella que más allá de la literatura convencional y romántica también exploró el incesto, el placer y la violencia.
Yolanda Bedregal nació en La Paz en 1916. Ya desde su adolescencia se aproximó a las letras. “Fuí anotando vivencias de personas, cosas, lugares, emociones, penas y alegrías. Y así nació Naufragio, que un día de cumpleaños puse bajo la almohada de mi padre y que él luego lo mandó a publicar”, recordó la escritora en una entrevista publicada en 1996.
Bedregal tenía 20 años. Y desde entonces fusionó todos los aspectos de su vida a la escritura. Así lo entendió Gert Conitzer, su esposo y el mayor admirador de su obra, como recuerda la hija de la autora, Rosángela Conitzer.
“Mi madre escribía de noche. Siempre le gustó el silencio. Escribía a mano y con lápiz. Al día siguiente era mi padre quien se tomaba la tarea de copiar en limpio, en máquina de escribir o a mano, todo lo que ella había escrito. Luego lo pegaba en álbumes. Además, pegaba en ellos todos los artículos y ensayos que mi madre publicaba en los periódicos. De no ser por ese dedicado trabajo, jamás hubiéramos podido publicar las obras completas de mi madre”, asegura.
Fue precisamente la familia Conitzer Bedregal la que junto a Plural inició hace cinco años el emprendimiento editorial más ambicioso de las últimas décadas: recopilar, transcribir y publicar toda la producción de la escritora, ganadora, entre otros, de los premios Nacional de Poesía y de Novela Erich Guttentag.
Este monumental proyecto, que contó con la coordinación de Leonardo García Pabón, incluyó no sólo la obra publicada por Bedregal, sino aquellos manuscritos que dejó inéditos.
El trabajo de revisión y edición de los poemas estuvo a cargo de Mónica Velásquez. Ana Rebeca Prada se encargó de la producción narrativa y Virginia Ayllón se centró en la obra ensayística.
El resultado de ese trabajo se plasmó en Obra completa de Yolanda Bedregal, cinco tomos divididos en Poesía I y II, Narrativa y Ensayo I y II. La obra de 5.000 páginas se presentará el jueves en el Círculo de la Unión (19.00).
El largo trabajo de revisión y edición de los escritos de Bedregal, en especial de las páginas que nunca fueron publicadas, develó nuevas facetas de la autora de la novela Bajo el oscuro sol.
“La lectura del presente tomo hará aparecer, es lo más seguro, una nueva Yolanda Bedregal. (…) Se abre ante nosotros un amplio arco que va desde la inocencia y la fantasía infantil hasta las exploraciones más arriesgadas sobre el incesto, el placer, el aborto, la violencia, el asesinato”, explica en su introducción Ana Rebeca Prada, doctora en Literatura.
Las palabras de la académica se hacen carne al revisar las páginas de la novela inédita Verónica (1943). En la obra, Bedregal diseña un hogar afectado por el alcohol y la violencia. Además surge el tema del incesto a través de la voz de la protagonista.
“Le había crecido la boca y le temblaba; sus ojos ardían como los de un demonio, y tenía abierta la nariz. Su cara era del tamaño de este cuarto, y las ventanas de su nariz del tamaño de un horno, y su boca era como una puerta por donde saliera un incendio asqueroso. Quedé inmóvil, paralizada, fría y ardiente”, escribió Bedregal.
La característica celebración de la autora al amor encuentra nuevas dimensiones en los manuscritos que fueron analizados. En Una extraña pasión, la autora desliza un enamoramiento lésbico de una escolar internada en un colegio de monjas por otro de los personajes, la madre Ángela.
“¿Quién fue Yolanda Bedregal?”, se cuestiona en su análisis Mónica Velásquez. Al repasar su obra completa, quizás se pueda concluir que más allá de la madre, esposa y escritora de 1,50 metros de altura —que gustaba vestir bayetas y aguayos— y amante del silencio, estaba una mujer infinita: “Yolanda de Bolivia”.
Poesía
“Última estación”
Un día, sin razón ninguna, como obedeciendo a un destino que hubiera estado madurando en él, después de dar con su bandera verde la señal de paso, se quedó en la vía, sobre los mismos rieles. El pitazo del tren estaba cada vez más cerca y envolvía su corazón como el cordel de un trompo. Cuando llegara al final, se pondría a bailar largamente con alegre zumbido en las distancias a donde todo se iba y de donde todo venía. Esperaba alucinado que le diera vuelta el último pedazo del pitear cálido y nostálgico y lo librara en el espacio.
La máquina estaba a cincuenta, treinta, veinte, a diez metros. Una fracción de segundo y Braulio estaría estrujado entre las ruedas inevitablemente.
Entonces, como si todo ese montón de acero tuviera conciencia, tembló asustado de comienzo a fin y se detuvo súbito, mudo. A un paso del cuerpo de Braulio. Estaba salvado. El maquinista enfurecido le ordenó quitarse de la vía y lo llenó de improperios. Dos empleados lo arrancaron y lo llevaron hasta un banco en la estación. Estaba pálido, pero ileso. Lo dejaron allí; no había ocurrido nada.
Cuando en la noche pasó el siguiente tren, Braulio estaba todavía sentado en el banco, caída a sus pies la banderita verde, los ojos muy abiertos llenos de pavorosa inmensidad.
Fragmento del cuento
“Última estación”.

Puntos de vista
“Había bebido en lo oscuro”
ANA REBECA PRADA,
editora de la obra narrativa.

“La lectura del presente tomo hará aparecer, es lo más seguro, una nueva Yolanda Bedregal. (…) Se abre ante nosotros un amplio arco que va desde la inocencia y la fantasía infantil hasta las exploraciones más arriesgadas sobre el incesto, el placer, el aborto, la violencia, el asesinato (…) y por lo amoroso en sus más diversos matices. Emerge una escritora que trabaja en profundidad el universo femenino y, desde allí, el humano. (…). Una escritora a la que se identifica, en general, con lo solar y convencional, siendo que (…) obviamente había bebido (también) en lo oscuro”.
“Un puente en el mundo interno”
MÓNICA Velásquez,
editora de la obra poética.

“La escritura de Bedregal parece ser ese puente entre un mundo interno complejamente habitado por el permanente proceso de identidad y de afirmación frente a otro. (…) Hablando con amigos y parientes (…) escuché de boca de su hijo (Juan) la frase de su madre: ‘la mano sabe’. (…) Y no es casual, pues la mano escribe, claro, pero es la salida de uno hacia los demás, es la que acaricia o golpea, la que señala o enmudece estrujando el grito, es la que da y recibe. Esa mano intentó lo mejor que pudo comprender su mundo y expresarlo con responsabilidad”.
“Militante por un mundo mejor”
VIRGINIA AYLLÓN,
editora de la obra ensayística.

“Si una imagen queda de la lectura de los Escritos varios de Bedregal es la de una mujer preocupada y ocupada en todo cuanto suponga la militancia, por eso que ella llamaba un mundo mejor. Así, le eran caros la educación, la paz mundial, los niños, su ciudad, los indígenas y lo indígena, la lectura, los medios de comunicación. (…) Todos estos temas (…) no eran, a decir de los papeles leídos, preocupaciones itinerantes, eran (…) razón de vida. Esa constatación nos dibuja una Yolanda ‘pre-ocupada’ y ocupada en el bienestar de todos”.
Fuente: http://www.la-razon.com