01/29/2019 por Marcelo Paz Soldan
Viejos que miran porno

Viejos que miran porno


Viejos que miran porno
Por: María José Borda Rivero

¿A qué edad dejan de existir las perversiones humanas? ¿A qué edad se extinguen las manías, las pasiones? ¿Cuándo el alma se hace vieja? ¿Cuándo el cuerpo se hace viejo? Nunca. Sino hasta que dejamos de sentir, hasta que dejamos de amar, de odiar, de crear. Nunca. Sino hasta que dejamos de ser. Solo hasta que el cerebro deja de trabajar y el corazón deja de latir, puede dejar de ilusionar(se) y crear la mayor de las aventuras, la mayor de las ficciones.
Y es que sencillo es decir que todo lo pasional, todo lo enfermo, lo morboso termina cuando uno ya es maduro o “viejo” y vive en el mundo real y no en medio de las tentaciones, de lo carnal. Cuando ya nada afecta. Y en nada, justamente, se convierte el tiempo en Viejos que miran porno para Sebastián Antezana, cuento que hace parte del libro Iluminación, publicado por al editoral El Cuervo en 2017. El tiempo no es relevante, en algún momento. El tiempo solo se resume en tiempo.
Ernesto y Lucas. Entre pastillas, dolores, paseos y periódicos diarios se les ha ido a cada uno su matrimonio, su vida, el amor. Se les ha ido todo, hasta que en “algún momento” se conocen, sin importar el día, la hora, sin importar el tiempo, solo el hecho. Como dos adolescentes, al son de “mariposas en la panza” entienden que se puede vivir de amor, y que para sentir nunca es tarde. Así esta historia comenzó, a su modo, a su atemporal visión del amor.
El primer hito para la relación Lucas/Ernesto, fue cuando este último, juguetón y seductor, diera el primer paso decisivo. Sin nada extraordinario que decir, pero un beso extraordinario para sentir. Mentira será que de viejos todos son iguales, aflora siempre quien uno es, fue, y será.
Lucas engloba la caducidad de una vida, sin esta haber concluido. La tranquilidad. La muerte de una esposa, que para él lo fue todo. Que en algún momento, un aneurisma la toma, y Lucas dejó de contar, quizá de creer en la existencia de otras puertas, Lucas es el lado Viejo, de Viejos que miran porno. Pensamos que nada más que tomarse de las manos con el pijama puesto puede pasar. Porque sí, son viejos, y creemos que solo eso hacen los viejos.
Sin embargo, tenemos a Ernesto que es quién propuso Mirar porno para no ser solo viejos enamorados, sino que Viejos (enamorados) que miran porno. Quien propuso este ritual, quien propuso este abrazo, porque el porno no es solo prono, sino lo que se crea entre ellos cuando ven porno. Quien llevó a la relación la magia de encontrar, o crear, o creer, en un segundo en que los actores dejen de ser actores, dejan de fingir la perfección, dejan de fingir que todo es piel, palpitación, semen. Brazos, culos, bocas, y encuentran un gesto real, y los lleva a creer que eso puede ser real para ellos.
Pero aun sentados juntos en aquel sofá, viendo esa televisión que colmaba algunas noches, la fantasía, se queda en fantasía. Porque a esa edad siempre hay “peros” que como dice Campanella en la monumental novela y película El secreto de sus ojos; el pero, es una palabra de mierda que sirve para dinamitar lo que era, o lo que podría haber sido, “pero” no es. Y para Lucas, ese pero llegaba en el momento pleno de su excitación, cuando quería aprovechar el porno como ritual y estimulante, cuando trataba de hacer algo con Ernesto, “pero” no podía.
Quizá ese fue el detonante para Ernesto, el “pero no podía, el pero no pudo”. Lucas, la parte inocente del dúo, no pudo darle más que caricias, sonrisas y cariño sincero. Tal vez ese, o el nuevo inquilino. Sí, siempre es fácil culpar a uno más, el externo, al extraño. Que cuando dejó de ser extraño para la pareja, los problemas empezaron. El primer detonante para él. O si acaso el de su relación entera.
Mientras un polo disfruta los encuentros, las salidas sin ruido, los misterios. Hay otro polo que está pensando en sí, en que no podrá más nunca excitar a su complemento, creyendo que su pene no es más que un accidente, blando y del tamaño de la mitad un dedo, culpable de las sospechas hacia su compañero. Culpable de no darle a Ernesto lo que va a buscar en otra puerta.
¿Importa el tiempo de todo este coqueteo? Hace días que no tienen caricias, hace semanas sin afecto y sin ritual. Globalmente, no. A Ernesto si, a Lucas, también. Pero un tanto diferente
Uno disfruta cada día más, cada excusa se vuelve excitante, cada instante acelera a Ernesto y estar con aquel hombre más joven le da un nuevo sentido a su historia. Disfruta aquella pequeña perversión, de sentirse renovado. El otro, cada día más paranoico, más preocupado, sin saber de qué.
A estas alturas, se agudizan los sentidos. La imaginación se vuelve cada vez más experta en escenas que ambos quieren ver. Cada paso que da el otro, es un arpón para el opuesto.
Cuando los dos están por explotar, de diferentes sentimientos, claramente, llega el último y decisivo personaje en este triángulo de vejestorios enamorados. Quizá la respuesta para recuperar a su vida y a su Ernesto. A su ritual, a su porno, a su relación envejecida.
Pero el cuarto personaje, un joven nieto de su competencia, con respuesta negativa, le pega duro, le pega duro a Lucas, y a todo su plan. Debía hacer algo, rápido. Antes que las visiones lo enloquezcan, antes que imaginar a Ernesto en la cama con el vecino, desnudos, le afloje los tornillos, antes que esas situaciones lo lleven al abismo y lo terminen. A penas vio una luz en su plan, la aprovechó. Pero, cuando esta luz empezó a verse como la plena oscuridad. Todo salió mal, rápidamente y sin detalles.
Un error ese momento le carcomió la mente poco a poco, con miedo a ser descubierto. Y es que sin importar el momento, la edad. La presa, Lucas, en algún momento cree que es el depredador, el culpable, el error. Dominado por el manipulador, Ernesto, a quien solo le importa la aventura con un vecino más joven y lleno de vitalidad y tener a un Lucas dudoso bajo su poder.
Y uno deja de sentirse paranoico por el amorío de su pareja, y se vuelve paranoico por ser el culpable de todo. Que su equivocación terminó con todo. En su mente no existe Ernesto solamente, sino la perdida de este. No existe el amante, sino que por su culpa ahora se merece más respeto que si mismo. Solo existe el error.
Y después, como todo invadió tan deprisa la mente de la víctima. De pronto siente la victoria. El vecino se va sin un por qué. ¿Habrán descubierto el error? ¿Importa? ¿Ernesto podría perdonar que su amor se vaya por culpa de Lucas? ¿Importa? A estas alturas no. Nada más que el reconocimiento de sus propias faltas importa, no hubo mucho más, solo tregua.
Y nuevamente, sin importar el pasar de los días, el conteo de las pastillas o el paseo correspondiente, tienen un nuevo comienzo. La batalla fue dura, pero aún se tenían el uno al otro, aún tenían el porno y sus pequeños placeres. Tratando de olvidar aquellos últimos meses, incluso, el inicio del amor. Solo queda el presente, solo queda la búsqueda de espontaneidad, de realidad de los jóvenes que ven a través de aquel televisor cuando llega su ritual.
Sus cuerpos, a penas funcionales tratan de ser otra vez lo que fueron y ya no serán aquel par de viejos que no solo miran porno, sino que son, en él.
Fuente: La Ramona