04/22/2008 por Marcelo Paz Soldan
Tras los pasos de Dylan en Sud América

Tras los pasos de Dylan en Sud América

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Tras los pasos de Dylan
Por: Juan Morris

(En Córdoba, Buenos Aires, Rosario y Punta del Este… Un cronista apunta caprichos y exigencias del viejo BOB en el extremo Sur de la escala latina de su Never Ending Tour.)
Un día antes de que Bob Dylan pisara Buenos Aires, sólo tres personas sabían donde iba a alojarse. “Nos van a avisar sobre la hora”, explicaban los responsables de la organización. Mientras tanto, el hotel encargado de hospedar al músico no ponía vallas en la entrada para no alentar a ningún dylonómano y la seguridad se sentía recién atravesando el lobby del Four Season, con el aliento en la nuca de unos muchachotes de traje y auricular en la oreja que fracasaban en su intento de pasar inadvertidos.
Después de visitar Chile y de que su avión privado aterrizara por un rato en Córdoba para tocar en el Orfeo Superdomo, el jueves 13 de marzo Dylan llegó a Buenos Aires y se alojó en la suite presidencial de la Mansión del hotel. El músico no tuvo exigencias porque de haberlas tenido hubiera implicado que se filtrara a la prensa; así que cuando llegó, en su habitación le esperaba un pequeño stock de aguas Perrier, bandejas de frutas constantemente recargadas por un mayordomo y un menú de almohadas entre las que Bob, antes de dormir, podía elegir si más duras o más blandas, si de plumas o antialérgicas.
Casi siempre comió en su suite. El menú: pastas o ensaladas. Sólo cambió el domingo, el día después del show en Buenos Aires, en el que a eso de las siete y media de la tarde hizo sonar el teléfono del room service y con su voz carrasposa pidió una sopa de vegetales, un wok de salmón y bizcochos de grasa. Su única salida fuera de agenda fue el sábado al mediodía, antes del recital, para hacer un poco de ejercicio en el Almagro Boxing Club, un gimnasio en Díaz Vélez y Yatay, con paredes despintadas, fotitos de viejas glorias pasadas y las radio puesta en los 40 principales. Dylan llegó con un gorrito de lana, anteojos negros y conjuntito de gimnasia, acompañado por su personal trainer y el bajista Tony Garnier. En el lugar estabán filmando un documental sobre las nuevas promesas del box, y Bob pidió que pagaran la cámara. Pedido concedido. “Los chicos no tenían ni idea quien era, tienen 17, 18 años. El tipo vino con su entrenador y otro más, y estuvo mirando un rato las fotos, mirando cómo peleaban los pibes, y después hizo guantes y bolsa. No habló con nadie”, cuenta Fernando Albelo, entrenador del lugar. Así que el viejo Bob, mientras le pegaba a la bolsa, pudo disfrutar de eso que tanto le gusta y, según ha dicho, ya no recordaba cómo era: que nadie le reconozca.
El martes decidió ir por tierra hasta Rosario, para poder ver algo del paisaje local, tocó en el Hipódromo de la ciudad, volvió y el miércoles, bien temprano, dejó el Four Seasons para seguir con su Never Ending Tour en el Hotel Conrad de Punta del Este. Todos esperaban que se alojara allí mismo, en el Conrad (incluso la gente del hotel), pero Bob prefirió quedarse en un lugar donde no fuera localizable. Durmió en el Aqua, un lugar cerca de la playa Mansa, muy onda desing, con pileta panorámica y cañas de bambú, al que no es fácil acceder. Para el camarín pidió comida orgánica y café Starbucks, pero tuvieron que explicarle que no, que su cadena favorita todavía no abrió ninguna sucursal en América Latina (explicación que ya le habían dado en Argentina). Después, distintas fuentes aseguraron que salió a andar en bicicleta por Punta del Este vestido de mujer, aunque resulte incomprobable y, además, qué necesidad: con una gorra y lentes oscuros alcanzaba. Es más fácil imaginárselo dentro de un auto con vidrios polarizados, yendo por la ruta que bordea el mar, con alguna canción sonando en el estéreo, alejándose sin dejar rastros, sin ninguna dirección.
Fuente: Rolling Stone. 10 años. Abril 2008. Año 11. Número 121.