04/13/2007 por Marcelo Paz Soldan

Roberto Echazú ha muerto

Roberto Echazú ha muerto

Por Pedro Shimose
En Tarija se me ha muerto Roberto Echazú, amigo del alma, compañero. Poeta elegíaco, existencialista, su obra consagra la poesía coloquial elevada a categoría de gran arte. A los 24 años irrumpió en la escena literaria con el espaldarazo del crítico Juan Quirós, director del influyente suplemento Presencia Literaria. Quirós editó y prologó el primer libro de Roberto, titulado 1879, seguido de Akirame (resignación ante lo inevitable, en japonés), poesía críptica de engañosa sencillez, tributaria de Óscar Cerruto, Antonio Ávila Jiménez, Paul Eluard y Saint-John Perse. Después optaría por un lenguaje más directo, fundado en el habla cotidiana, sin renunciar por ello a su estilo depurado.
Portador de una inmensa cultura literaria, Roberto Echazú Navajas (Tarija, 01/05/1937-ídem, 09/04/2007) era, sin embargo, una persona humilde y discreta, nada arrogante. Parecía ingenuo y frágil, pero en realidad tenía la fortaleza de las almas buenas y la sabiduría de los grandes taciturnos, tan llenos de silencio. Cuando nos veíamos –en Tarija, La Paz o Madrid– su presencia angelical alentaba mi fe en la poesía, porque su palabra, como la de René Char o Albert Camus, destilaba autenticidad y hondura. Sabía un montonazo de teoría literaria y, sin embargo, su palabra transparente rechazaba el exhibicionismo intelectual de los eruditos a la violeta. Hacía gala de una fingida ignorancia. Existencialista, iba por el mundo con el alma desollada ante el absurdo de nacer para morir, para ir muriéndonos de a poquito, en medio del tráfago diario, dolido de la condición humana que Pascal desentrañó en sus Pensamientos y Albert Camus diseccionó en su ensayo El mito de Sísifo, héroe griego –símbolo del absurdo– condenado a transportar, a la cima de una montaña, una pesada roca que luego volvía a despeñarse. Así se explica que, en 1959, Roberto fundara en Córdoba (Argentina), en compañía de José T. Marano, la revista Sísifo, en la que colaboraban Rodolfo Alonso, Edgar Ávila Echazú, Armando Zárate y Martha Casanova, entre otros. Un desengaño amoroso, unido a otros líos políticos, lo forzaron a retornar a Bolivia. Instalado en La Paz, nos conocimos en 1962, en la redacción del diario Presencia. Roberto llevaba bajo el brazo un libro de Miguel Hernández, Cancionero y romancero de ausencias. Hablamos de Saint-John Perse, Paul Eluard, Oscar Cerruto, Apollinaire, Pavese, Ávila Jiménez…
Gran parte de su obra es elegíaca; otra, muy poca, está reservada a la amistad; el resto es silencio. Al releerlo, me invade un largo escalofrío, pues compruebo que el amor le fue esquivo. Ahora, está instalado en el silencio total, en la perplejidad de su nada. Arrastra su soledad como Sísifo arrastra su roca. Desde allí nos contempla y nos habla de su atroz nostalgia del Paraíso, y de una muchacha que le inspiró el poema Tú eres pura…, su único poema de amor.
Publicó quince títulos en forma de folletos: 1879, 1961; Akirame, 1966; Tríptico del hombre y de la tierra, 1969; Provincia del corazón, 1987; Morada del olvido, 1989 (Madrid, 1990); Sólo indigencias, 1989; La sal de la tierra, 1992; Gabriel Sebastián, 1994; Humberto Esteban, 1994; Camino y cal, 1997; Inscripciones, 1997; Umbrales, 1998; Memorias cercanas, 2002), Cercas de soledad, 2003; y Sobre las hojas del otoño, 2006. Hace años, se publicó su Poesía completa (Santa Cruz de la Sierra, Editorial Nuevo Milenio, 2001; 252 págs.) con prólogo de Claudia Bowles O. de Cárdenas. A cinco años de su publicación ha quedado incompleta. Sería oportuno actualizar ese compendio. El poeta se lo merece.
Roberto Echazú se ha ido. En Camino y cal (1997), el poeta describió su propia muerte: “Ha crecido/ la noche/ para ti.// Ya no habrá/ más camino/ que la luz/ de las estrellas…”. Su cuerpo descendió a la tierra, pero su obra queda entre nosotros. Ars longa, vita brevis. Leámosle. // Madrid, 13/04/2007