12/15/2021 por Sergio León

La literatura boliviana como pasión en los entresijos del alma

Por Carlos Mesa Gisbert

(Extractos del prólogo a De la literatura boliviana: estudios, ensayos y comentarios, de Leonardo García Pabón, publicado por Plural editores.)

No es precisamente un descubrimiento, es una constatación. Una obra, aún si es de crítica y análisis literario, es también un retrato de su autor.

Leonardo García Pabón era hace medio siglo un joven estudiante de física en el Madrid setentero del franquismo. Allí lo conocí. Fue parte de una oleada de compatriotas que llegaron entonces para iniciar o seguir estudios tras el cierre de las universidades bolivianas decretado por la dictadura banzerista.

Pero estaba escrito que el mundo fascinante de la física no sería ni la vocación ni la ruta de vida de Leonardo. Compartíamos en ese momento decisivo de la vida de cualquier persona, cuando aún no se han cumplido los veinte años, el fuego invencible de la juventud. Teníamos también –él, muy en particular– una actitud desafiante y provocadora. La suya era una personalidad fuerte y segura. Construimos, y ese fue el acontecimiento de nuestro vínculo, una indestructible amistad, de esas que son para toda la vida.

La literatura, como una seda suave y seductora fue capturando sus intereses y nuestro afecto tuvo doble razón de ser, la afinidad que tiene sentido en sí misma y las inquietudes intelectuales compartidas.

Desde los ecos de Rimbaud (doble identificación: lo hondo y lo maldito) o el rastro del 27, sobre todo el de Hernández, hasta la responsabilidad de ser uno de los albaceas de la cofradía de Jaime Saenz, Leonardo fue entrando irremisiblemente en el mundo mágico de la palabra. Muy pronto recibió en dosis adecuadas el alma de la poesía que es una de las vetas esenciales del creador. Ese camino, el de la fascinación por la lengua, pasaría por el círculo cuyo eje era –qué duda cabe– la magnética personalidad de Blanca Wiethüchter que tanto influyó en nuestra generación.

En 1977 emprendimos juntos una aventura creativa a través de un cortometraje para la primera versión del concurso Cóndor de Plata. Dirección, guion, actuación (montaje –eso sí– del meticuloso Pedro Susz) con este grandilocuente nombre: Soy el vampiro de mi corazón, tomado –idea de Leonardo– del poema 83 de Las flores del mal de Baudelaire. El ejercicio o experimento –que eso es lo que fue– dio como resultado un interesante pero inevitablemente abstruso camino de vida y muerte por las calles de La Paz (nostalgia de una ciudad que ya no existe) hasta llegar a los enigmáticos “cuarteles” del cementerio general paceño.

Tenía una intención intelectual con una estética de tonos grises que quizás dio el resultado esperado y que de algún modo retrató a los autores y el sentimiento de lo que nos parecía importante, búsqueda, soledad, cierto sentido de destino ineluctable, pero sobre todo la línea de reflexión que –inevitablemente– marcaba una fría distancia con los espectadores. Como detalle subrayo que yo moría en pantalla amortajado por la música de Shostakovich.

En 1979 Leonardo se hizo conocer como poeta con el libro Paso cerrado, abriendo una línea que probablemente no se ha agotado, pero que en lo que hace a publicaciones terminó al despuntar el nuevo siglo.

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Hasta que llegó La patria íntima (1998) no supimos que el escritor había cambiado de piel. Su lectura precisa y completa (en tanto estaban quienes tenían que estar) del arco literario boliviano pudo más que alguna de las historias canónicas de la literatura nacional. La pasión por la métrica del verso (es un decir) fue trastocada a partir de esa obra señera por el compromiso con nuestra literatura. García Pabón nos dice en las páginas que prologo:

“La literatura en general ha sido la pasión de mi vida intelectual. Soy un ávido lector y ferviente admirador de toda literatura pero, en particular, de nuestra literatura”.

A confesión de parte, relevo de pruebas. La obra crítica de Leonardo se mezcla con su convicción descubridora del remoto pasado de nuestras letras, desde el desentrañamiento de la clave narrativa colonial, pasando por el amargo olvido de la poesía de un grande del barroco (Ribera), hasta la relectura de un siglo, el XIX, que en una suerte de paralelismo con la idea de “lo chato”, no había sido ni escudriñado, ni leído, ni interpretado adecuadamente por historiadores y críticos.

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Este libro es el recuento de casi cuatro décadas de trabajos que se pueden leer en esas vitrinas del gueto académico que son las plataformas en las que los estudiosos escriben y se leen, pero que en su inevitable dispersión no permiten encontrar la columna vertebral del pensamiento de quien ha generado un collar cuya continuidad está a la vista sólo en una obra integral.

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La secuencia y el orden no importan tanto como la temática. Los dos primeros ensayos tienen que ver con ejes del proceso de conquista-colonia, la imposición de la lengua, la incomunicación, la imposibilidad de comprender y la tragedia de códigos distintos que retratan mundos diferentes para recalar en la sensación de derrota y traición.

El ajusticiado, protagonista de la tragedia, el Inca Atahuallpa, acaba como culpable de su propia condena. El dolor se ha convertido en plañido. El inca derrotado se deja ir en la muerte que, inevitable, salpicará también al conquistador que ordenó el trágico final del emperador andino. Los códigos enfrentados terminarán por cerrar la trampa de los silencios disfrazados de invectivas y las lamentaciones convertidas en coartadas.

Lo que Todorov escribió en La conquista de América, García Pabón lo refiere a partir del desentrañamiento de dos miradas sobre un mismo tema, la obra teatral que data probablemente del siglo XVIII, muchos años después del estremecedor 1532.

De aquí en más García Pabón, en la reconstitución en un solo texto de varios momentos y tiempos distintos, se desnuda en la insistencia en una temática cuando menos chocante. ¿Es que todo el mundo recorrido, aún las lecturas de obras contemporáneas tienen un sustrato barroco? Ese tiempo, el de la desmesura, el del horror al vacío, está preñado de excesos. Así, la muerte como constante sigue como la estela de la serpiente que deja la huella de sus fascinantes movimientos. Pienso que hay algo de experiencia dramática de nuestro autor con la muerte de uno de sus seres queridos como impronta e impulso en esta elección temática.

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La “dichosa pecadora” es, de nuevo, una comprobación del abismo barroco. García Pabón escoge los temas. Él, que tan bien conoce al gran historiador de Potosí, juega con el significado y el significante. En el fondo parece, igual que le ocurre al despechado y gran poeta Ribera, que aquellas cuestiones que realmente importan a las pasiones esenciales, bien pueden disfrazarse de lección moral y de reconvención. El pecado para destacar la virtud, lo erótico para “reforzar” lo sagrado, que para eso están las páginas bíblicas tan pródigas en magnificas coartadas sobre la cuestión.

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¿Y más adelante? Ya en aguas del siglo pasado aparece el doble incesto en Bajo el oscuro sol de Yolanda Bedregal, o el que se saca el cuerpo en las reflexiones sobre el carácter creativo de Jaime Saenz y la extraña secuencia que produce el poeta que es sacerdote supremo de un altar perpetuo de quien, escritor maldito al fin, se convierte en el referente-modelo de la transgresión a costa de un grande como Óscar Cerruto, al que Leonardo bautiza como eje de una comunidad solitaria.

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Cuando llega a la madera y el árbol de Blanca Wiethüchter, al tejer y destejer de su Penélope, pasa a otra dimensión, se rinde a la evidencia de la poseía mayor, de una mirada incomparable de la humanidad, el amor y sobre todo la conciencia del ser a través del cuerpo. No importa lo episódico, ni la trama basada en el relato clásico, importa esa paradoja que el título de su obra Madera viva árbol difunto representa con claridad. La vida y la muerte son la cara y el envés. ¿Dónde está esa madera viva?, ¿en el árbol muerto que la contiene? La poeta, consciente del final del camino puede reflexionar –y García Pabón lo subraya– en torno a su propia fragilidad. Ella será lo suficientemente intensa como para ser la “bien hallada”. ¿Qué más se puede pedir a la vida antes de la muerte?

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No son menores las referencias a los aportes invaluables de Barnadas a nuestra literatura colonial desde la historia, o la lectura de Leonardo de mi libro La sirena y el charango y la vigencia del debate en torno al mestizaje, o la visión admirada pero serena de la obra de mi madre, Teresa Gisbert, en todo lo que tiene de descubrimiento de los códigos de ese lenguaje fundamental que fue el arte, para construir un mundo nuevo del cataclismo de la conquista, para revelar su verdadero significado y –sobre todo– la intrincada naturaleza de las relaciones entre españoles, criollos, mestizos e indígenas en el periodo virreinal.

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Este compendio de obras hasta ahora dispersas de mi amigo Leonardo, como escribí al comenzar este prólogo, no es sólo una lectura imprescindible que complementa la obra integral ejemplificada de manera modélica en su Patria íntima, sino que muestra un atractivo sesgo intelectual y psicológico, el de la búsqueda de lo más intrincado de la naturaleza humana, lo que demuestra dos cosas: que el autor tiene razón cuando habla de la calidad de nuestra literatura, y que es en lo profundo de las aguas oscuras de nuestro espíritu, donde encontramos revelada a través de nuestra literatura, nuestras verdaderas pasiones y pulsiones.

Acerca del libro y el autor

De la literatura boliviana. Estudios, ensayos y comentarios es una recopilación de trabajos de crítica literaria sobre literatura boliviana de los últimos 30 años. Los trabajos recogidos comprenden estudios y ensayos publicados en revistas académicas de Estados Unidos, Europa y Latinoamérica, ponencias presentadas en conferencias y congresos de literatura nacionales e internacionales, reseñas aparecidas en revistas y periódicos, y otros textos como presentaciones de libros y homenajes a intelectuales bolivianos.

El panorama que cubren estos trabajos es amplio y va desde autores y libros de la colonia hasta el siglo XX. Algunos de los autores aquí examinados son: Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela, Antonio de la Calancha y Luis de Ribera (época colonial); Juana Manuela Gorriti y Mariano Ricardo Terrazas (siglo XIX); Yolanda Bedregal, Adolfo Costa du Rels, Jaime Saenz y Blanca Wiethüchter (siglo XX).

Leonardo García Pabón es catedrático emérito de Literatura Latinoamericana del Departamento de Lenguas Romances de la Universidad de Oregon (EEUU).

Dirigió la colección Letras Fundacionales patrocinada por Plural Editores. Ha publicado los siguientes libros de crítica literaria: El cuento sentimental romántico en Bolivia (siglo XIX). Estudio y antología (2017); De Incas, Chaskañawis, Yanakunas y Chullas. Estudios sobre la novela mestiza en los Andes (2008); y La Patria íntima. Alegorías nacionales en la literatura y el cine de Bolivia (1998).

De las varias obras clásicas de la literatura boliviana que ha editado, cabe destacar las de Bartolomé Arzáns Orsúa y Vela, Adela Zamudio, Jaime Saenz, Manuel José Tovar, Luis de Ribera y Oscar Cerruto. También ha publicado ampliamente en libros y revistas de Estados Unidos, Europa y Latinoamérica.