09/02/2011 por Marcelo Paz Soldan
Jaime Sáenz en las pantallas

Jaime Sáenz en las pantallas


Jaime Sáenz en las pantallas
Por: Claudio Sánchez

Una revisión de las obras audiovisuales que se han acercado al escritor paceño, muerto el 16 de agosto de 1986
Jaime Sáenz es un nombre que siempre retorna a La Paz. El poeta dibuja (literalmente también) algo de la ciudad que pocos han podido ver de una forma tan clara como él. Han pasado 25 años de la muerte de este hombre que entiende la vida desde la muerte y viceversa, jugando con el reflejo (los espejos), las ideas del verse para reconocerse, siempre figurando lo imprescindible y amando el mundo como a la propia vida -como a la propia muerte-; un escritor que ha sido visto desde el lente de los realizadores bolivianos desde distintos ángulos.
Es fácil escuchar hablar de Sáenz, es sencillo estar y no estar cuando él está. Algo que se perfila desde las imágenes que construye en su obra narrativa y poética se siente cuando uno se acerca a su escritura: “El muerto no es el muerto, sino quien lo recuerda”. La ciudad que vivió es una ciudad que permanece, pero que también se destruye. Para ilustrar esto podríamos nombrar al arquitecto Carlos Villagómez, quien hace algunos años publicó un libro de ensayos que titulaba La Paz ha muerto, en el que denuncia abiertamente el atropello contra la ciudad, el canallesco destrozo a lo urbano, a la arquitectura y sus formas que le daban un sentido a esta capital del Ande.
Sáenz también puede ser leído como un manifiesto por La Paz que no se ve, pero que intenta conservarse. Esa La Paz que se hace desde los tugurios y zaguanes, de olores fuertes “a guacataya y cotense”, con indómita presencia aymara que, con su fuerza, le gana al mundo lo que puede haber perdido. Su libro Imágenes paceñas recorre las calles, los espacios íntimos, hace homenajes constantes a la montaña, pero no se queda en el espacio sino que busca el tiempo en los habitantes de la urbe que parecen estar detenidos en algún lugar aunque laten sus corazones en cada palabra, en cada nueva lectura.
Esta La Paz de silencios incendiados es también un lugar de fiesta. Esta ciudad con sus hombres desfigurados por el alcohol, con sus mujeres gordas que alimentan la noche con carcajadas estrepitosas, se la ha sabido reconocer en el cine nacional. Marcos Loayza en Cuestión de fe (1995) la representa en la escena del bar. Loayza, como tantos, ha sabido aprender a andar por las sendas de lo saenziano sin llegar a malinterpretar o dañar su propia estructura, sino haciendo suya la imagen que sugiere Sáenz.
“Para mí hay dos Sáenz, uno el de la noche y el otro el del día. Y me gusta más el del día, el de Los Cuartos, el de los personajes de La Paz”, dice Loayza y nos permite retornar a un punto de quiebre en su carrera: el cortometraje El olor de la vejez, ganador del Premio Amalia de Gallardo. Aquí vemos por primera vez a David Mondaca interpretando a “don Jaime”, como el actor se refiera al poeta.
El olor de la vejez marca un hito referencial en la obra de Loayza, en tanto que desde ese trabajo el cineasta sugiere muchos de los elementos que reaparecerán a lo largo de su obra. Loayza sostiene: “A Sáenz lo he leído siempre, lo he conocido”. El cortometraje se realiza luego de la muerte de Sáenz y es también parte del horizonte que se abre en la cultura paceña donde el referente es, sin duda alguna, la figura del poeta, no su obra. Hay, en el cortometraje de Loayza, un detalle que resulta importante es una canción, un poema de Sáenz musicalizado por Óscar García. Tal vez algo de la inmortalidad de Sáenz se lo debamos a la música. Es conocido su gusto por Ánton Bruckner (gran compositor discípulo de Wagner, quien, a su vez, era un admirado de Nietzsche, y éste era admirado por Sáenz. Casualidad o no, Sáenz admiraba al discípulo quizás porque él mismo se sentía uno de ellos, entonces se reconocía par, buscaba en el espejo el reflejo). “No le digas” es la cueca musicalizada por Willy Claure que lleva la letra del poeta, una pieza que es un himno de la bolivianidad. En cambio, la canción de García se queda ahí, en el lugar que le merece ser parte de la reinterpretación de la propia obra de Sáenz, una canción curiosa y a la vez conmovedora, que no es algo que adorna sino algo que se integra sin buscar motivos, está porque está, y si buscamos en la lógica aymara, esto resulta más complejo: “a veces está, a veces no está también”.
Se puede decir que Sáenz también creó el legado de su inmortalidad, supo tener viudas que sollozaban el recuerdo y mantenían viva la historia mítica: el hombre de la noche. Alguien recuerda haberlo visto bajar las gradas del Monoblock Central de la UMSA con su impermeable, la calavera colgada del cuello, lentes oscuros y su sombrero, luego de dictar su famoso Taller Krupp. Pero hay otros que recuerdan haber sido niños y esconderse al verlo cuando lo encontraban en una esquina del viejo mercado Camacho. Sáenz de día y Sáenz de noche, como reflexiona Loayza. Y cuenta Jaime Taborga, en el prólogo a su libro Leyenda, que Sáenz, antes de morir, escribió con sus dedos en el aire esta palabra que da título al libro.
Mito o realidad, Sáenz ha influido de sobremanera en el imaginario colectivo de una forma que quizás tenga muy pocos precedentes en la historia contemporánea boliviana. El audiovisual ha buscado en los contornos de la obra del poeta, no sin el aura mística impuesta, pero también riéndose con él, con su propia obra.
En este breve repaso que busca ilustrar un panorama general y que quiere ser una invitación a retomar la obra reinterpretada, es imprescindible nombrar a Recorrer esta distancia, de Francisco Ormachea, cortometraje que se basa en los primeros capítulos de Felipe Delgado. Ahí Luis Bredow interpreta al personaje principal de una manera extraordinaria, y el actor justifica esta actuación recordando un gran dolor de muelas. “El día de la filmación tenía un dolor de muelas insoportable, creo que eso le dio la magia al rol”, rememora. Este corto en blanco y negro reconstruye el escenario y se sumerge en La Paz, buscando entre la calle Muñecas y el Montículo esa casona de techos altos donde uno puede ver al diablo tocar el piano (la actriz Norma Merlo tiene un papel que también es inolvidable). Sin duda Recorrer esta distancia es la mejor obra (hasta que veamos la película de Mela Márquez), la apuesta más grande que ha llevado a la pantalla una de las obras capitales de la literatura boliviana, y el resultado es sobrecogedor. ¡Viva Sáenz!
Fuente: La Ramona