03/15/2012 por Marcelo Paz Soldan
Fabricar un pasado en común

Fabricar un pasado en común


Fabricar un pasado en común
Por: José Andrés Rojo

Al terminar el rodaje de la película porno en la que participaban, Tero y Abigail deciden salir de viaje. Pasan por la casa de los padres de la actriz para recoger a su hija, Andrea, y parten. Van en un Chrysler Imperial negro modelo 92 rumbo a ninguna parte, se detienen en los hoteles que encuentran, recorren cientos de kilómetros. Cuando llevan cuatro meses de un lado para otro, un día el coche se les estropea. Sabían que aquello no podía durar siempre. Así que compran tres pasajes en avión y regresan a Cali: en un puñado de horas recorren la distancia que habían tardado en transitar semanas enteras. La novela se llama Hoteles (Periférica) y la firma un joven escritor boliviano, Maximiliano Barrientos (Santa Cruz de la Sierra, 1979). Los capítulos se van sucediendo y en uno habla Tero y en el siguiente, Abigail; incluso Andrea se pronuncia. Cuentan lo que les va pasando, lo que se les ocurre, lo que les preocupa, sus sueños, su tedio, sus esperanzas. Están viajando, pero no saben dónde quieren ir. Luego hay unos capítulos, en cursiva, en los que toma la palabra un joven director de cine, que vive con su novia Cristina, y que explica que decidió filmar un documental sobre el viaje que hicieron dos actores de películas pornográficas al que se llevaron a la hija de ella. Tras el primer día de rodaje, escribe: “Tero y Abigail hablaron de los primeros recuerdos. Me interesa que los relaten en tiempo presente. Crónicas mínimas, ideas sueltas. El relato como un collage de impresiones. Ninguno tenía una idea clara de por qué viajaron de forma imprevista. Entenderlo como un escape es reducirlo. No se fueron para escapar, sino para fabricar un pasado en común”.
Hablan de las peripecias del viaje, de recuerdos, de sus afectos. Nos enteramos de que al padre de Tero lo partió en dos la máquina de un aserradero. Confiesa que llama a su ex mujer, Laura, desde un montón de sitios en los que van parando. Su hijo, Fabián, deber tener unos ocho años y ella ha reiniciado su vida después de que él saliera un día de casa y no volviera más. Abigail explica que el padre de Andrea amenazó con quitarle a la niña cuando se enteró que se había convertido en actriz de películas porno. Habla de sus implantes, se acuerda de cuando le propusieron trabajar en Venus. “Mi generación es la generación de los múltiples viajes, pero todos son cortos y accidentados y violentos”, dice Abigail. A Tero se lo ha mostrado durante el viaje de esta manera: “Estaba en un grado constante de aturdimiento, con el nivel más bajo de lucidez, una estupidez agradable que lo separaba del mundo, del ruido, del resto de los seres humanos”. El director que se expresa en cursiva observa sobre su proyecto: “La vida privada de dos ex actores porno en un contexto alejado del sexo: ¿quiénes son cuando no están cogiendo?”.
Lo que Maximiliano Barrientos narra en Hoteles es la vida puesta una temporada entre paréntesis. “Todas las fugas son quiebras de la identidad”, dice Tero. Dejar de ser, parar el curso habitual de las cosas, ponerse a rodar, perderse. “Viajar, irnos, nos ayudaba a vernos con cierta objetividad”, explica en otro momento. Lo provisional frente a lo definitivo; suspender el peso de las miradas de los demás que nos endilgan unos determinados papeles. Pero todo eso tiene sus turbulencias, y de eso va también Hoteles, de la tentación de dejarse sucumbir, de la fuerza seductora de la autodestrucción.
Esa prosa intensa, llena de sugerencias, rápida, todo esa frescura del estilo de Maximiliano Barrientos está también en los relatos reunidos en Fotos cuando empiezas a envejecer (Periférica). Hay dos libros, pues, y no solo uno, para descubrir a este hombre con un talento especial por la pincelada veloz y vibrante. Viene de Bolivia, pero los conflictos que trata son los de un mundo globalizado, su trabajo está engarzado ya al pasado mañana y se ha ido de ese pretérito perfecto del indigenismo al que se empeñan en regresar muchos escritores nostálgicos del paraíso perdido. Son historias que tratan de gente joven: van a la deriva, sin asideros. Pero crecen, vaya, les toca crecer. Ya no son niños y, entonces, como esas dos chicas que salen en el relato Primeras canciones, “editan la vida, la adaptan a sus propias conveniencias, la asemejan a ésa que siempre quisieron tener y no pudieron”. Así va contando este joven escritor: ha sabido agarrar las sombras de este tiempo, las cuenta con una eficacia fulminante.
Fuente: El País