03/31/2022 por Sergio León

El hombre tocado de viento. Una lectura exquisita

Por Claudio Ferrufino-Coqueugniot

(Prólogo de la novela El hombre tocado de viento de Guillermo Ruiz Plaza)

Cierro el libro. Es un decir: apago el ordenador. Lectura para la que utilizaré un adjetivo que suelo eludir: exquisita. El hombre tocado de viento de Guillermo Ruiz Plaza, Premio Nacional de Novela 2018, cuentista, fabulador, orfebre ahora, que es en lo que se convierte uno con la práctica, y con un futuro que no vale augurar porque ya se ha iniciado.

Miro llegar la nieve de a poco. Calor hogareño de una chimenea apagada pero con un radiador antiguo que hace un ruido de agua hirviendo. Hojeo, digitalmente, El hombre tocado de viento y recuerdo cuando leí a Guillermo Ruiz Plaza por primera vez, allá en 2013. Pareciera que los fantasmas lo han abandonado o que los ha escondido en alguna buhardilla de Albi, donde vive, o de un París que parece conocer como si de allí fuera. No eran cuentos góticos los que escribía, sino narraciones de espectros. Muy buenos. El horror como género literario suele ser iniciático entre escritores. ¿Sobre qué escribe uno por primera vez? Acerca de lo que teme. Y las sombras, la noche, lo desconocido, ejercen un apasionante influjo cuando se comienza a tejer ficciones. Sin embargo, nunca pensé que este fuera el género que el autor habría de privilegiar.

Dirán que en esta novela también hay fantasmas, y muchos, que quizá todo se centre en alguien que fue y dejó de ser, lo que le da un aura espectral. Cierto, no discrepo: los juegos de tiempo y espacio en este libro ponen en tela de juicio la frontera entre lo temporal y lo intemporal e incluso la singularidad individual de sus personajes. Aquí hay fantasmas que están vivos.

Cierto, no discrepo, pero, tomando el libro como un todo, prefiero discurrir acerca de la maestría con que está contada la historia, la fuerte ligazón de las doscientas cincuenta páginas entre sí, la magnífica construcción y, a la vez, el hecho de que son muy ricas y diversas las resonancias de esta novela. Recalco la destreza narrativa, que parece tan natural y que nos lleva a participar de la ilusión en medio de referencias históricas que la avalan como “real”.

Libros que se escriben, han sido escritos y se escribirán mientras haya personas “tocadas de viento”. El recorrido personal y literario de Faustino Figueroa, el protagonista, rememora el pasado y perfila el futuro de quienes lo rodean y tal vez de quienes lo leen. Evoca de esta manera un círculo que parece cerrarse sobre sí mismo cuando, en realidad, es una espiral que se abre hacia los otros.

Rimbaud parte al África; Faustino recita las líneas venenosas de los Cantos de Maldoror mientras se va desgajando de sí mismo por las calles de París; envuelto en el calor infernal del quinto de anillo de Santa Cruz, Felipe Lens recuerda aquellos maravillosos años parisinos; tembloroso en una helada buhardilla de Sopocachi, Jairo León parece susurrarnos al oído que hasta el dolor más extremo puede ser un poema.

A caballo entre La Paz, Santa Cruz y París, se va entretejiendo una poética desbordante, y, ante nuestros ojos, se despliegan vidas intensas, amores y desamores, presencias tenues y memorias vivas, la muerte y el olvido, en la nieve de la página.

Barajo las posibilidades para explicarme la obra, las intenciones del autor. No soy un crítico, sino un lector que se guía por emociones, por fogonazos casi cinematográficos.

Aquí se cuenta la historia de un libro que tendrá que ser escrito algún día por un elegido. Cuando llegamos al final comprendemos que ya se escribió, que la historia de Faustino Figueroa, así como de otros personajes igualmente memorables, ya está dicha. No es un acertijo, sino la perfección del círculo con los decorados necesarios para que la novela te agarre y no te suelte.

A medida que pasaba sus páginas, no me detenía tanto en la Historia detrás de estas historias ni en el recorrido cronológico por escenarios conocidos que dan textura a la obra; admiraba más bien su fluidez, la alegre facilidad con que el lector se adhiere a sus tramas, la osadía de Guillermo Ruiz Plaza de incluir como personajes vivos a Camus, a Buzzati, a Cioran, a Michaux, a René Char.

Me trajo a la memoria a Borges y a Schwob y la magia de hacernos creer que era cierto lo que contaban sobre Empédocles y Billy the Kid, lo que provenía sin duda de un conocimiento general de los sujetos, pero sobre todo de la rica imaginación de los narradores. No intento decir que esta novela esté en la línea de Vidas imaginarias o Historia universal de la infamia, pero sí queda emparentada con esos ilustres antecesores por la pericia con que Guillermo Ruiz Plaza convierte a este grupo de notables en personajes novelescos. Audacia, diría yo, la misma con la que nos lleva de la mano por las calles de París, que nos hace recorrer como un Gavroche del siglo XX.

El hombre tocado de viento es una novela escrita con metódica libertad –por paradójico que parezca–, que cautiva y produce placer. Ya habrá tiempo de que otros la interpreten. Yo retorno a lo dicho: la he leído con emoción.

Enhorabuena, Guillermo Ruiz Plaza. Enhorabuena a la nueva novelística boliviana.

Fuente: Puño y Letra