02/10/2014 por Marcelo Paz Soldan
Anochece

Anochece

mariposa nocturna

Anochece
Por: Rodrigo Urquiola Flores

Texto leido en la presentación del libro “Mariposa nocturna y otros cuentos” Concurso Nacional de Cuento “Adela Zamudio”, Versión 2013
¿Dónde nace un cuento, una historia cualquiera? No creo que sea posible encontrar un lugar exacto. O, si imaginamos tener la ventura de creer que sabemos, lo que sepamos puede que sea disperso, poco. Un lugar hecho de otros lugares. Un espacio enfermo de otros espacios. Algo impreciso. Quizás sea más sencillo encontrar un momento. Pero el momento, al ser parte de un recuerdo, inevitablemente parte de ello, no es otra cosa que un espacio, un no lugar al que se retorna aunque uno nunca se haya marchado de él. Así las cosas, creo saber en qué momento recordé que debía escribir este cuento que ahora presentamos. Eran las once y media cuando salí de casa. Era la misa de difuntos de un familiar mío que había fallecido un par de años antes. No me gustan las iglesias, mucho menos las católicas, huelen demasiado a sangre y a inquisición y a cenizas, así que decidí retrasarme y salir después de que todos se hubieran ido de casa, para llegar directamente al almuerzo. Me gusta más la comida que la religión. Cuando el trufi atravesaba Obrajes para llegar a Miraflores, allá en La Paz, llegó un momento en el que la trancadera detuvo nuestro recorrido. El momento. Cuando fuimos aproximándonos al lugar, descubrimos qué era aquello que ocasionaba la lentitud. Lo primero que vi fue la sangre. Un charco que iba cicatrizándose sobre el asfalto. Y luego, como si en el lugar en el que estuviera ahora continuara corriendo, vi a una niña, los cabellos dispersos flotando al viento, vestida con el uniforme de colegio, muerta. Más allá estaba el automóvil que la había golpeado. Ahí estaba el momento, ahora transformándose en memoria, encerrado en una imagen. Ahí es donde recordé que este cuento debía nacer.
Porque el cuento Mariposa nocturna fue concebido mucho antes. Podría decir que apareció hace un par de años, cuando merodeaba por las montañas anochecidas y lúgubres de Achumani, en medio de esa soledad, esa tristeza y ese silencio impregnados de viento frío, pero es muy probable que esté mintiendo. Quizás lo más exacto posible sea retroceder hasta la infancia. Época en la que también merodeaba por montañas no tan alejadas de las de Achumani. Pero, a estas alturas de mi vida, me parece que es en la Infancia donde sucede todo lo que uno desea narrar. Sin la Infancia, ese período de acumulación narrativa, simplemente tendría, como en una fotografía móvil, la imagen de la niña muerta todavía dándome vueltas en la cabeza, nada más.
Y he querido hablar de mi Infancia porque quiero hablar de lo fantástico. No he escrito un cuento fantástico. Aquello que muchos se esfuerzan en llamar fantástico, a mi juicio, no existe. O, por lo menos, no puede existir en un país como el nuestro, centro inexacto de toda la América del Sur. Aquello existe en la cabeza de muchos académicos porque es más sencillo nombrar de una manera estándar algo que se cree ya conocido. Pero, ¿qué sucede en un territorio como el nuestro cuando eres niño y ves y escuchas a diario este tipo de cosas fantásticas? Un muerto que camina o un cementerio con vida propia, una suerte de sociedad del más allá y un insecto adivinador. La realidad, aquello que quisiéramos llamar realidad, no puede ser la misma realidad que sucede en Europa. Acá todo tiende a ser irreal. Esta irrealidad, sobre todo en la vida de las personas sencillas, aquellas más alejadas de los libros, tristemente alejadas de los libros, surge a cada momento, es parte de la existencia cotidiana. Mariposa nocturna es un cuento, creo yo, cotidiano y latinoamericano, eso sí, escrito en las entrañas de un país imposible pero siempre probable. Un país dueño de un territorio vasto. Territorio en el que es más fácil caer atrapado en las telarañas de la soledad, ya sea en el trópico, en el valle o en el altiplano y lo será, La Haya mediante, en la costa. Y es probablemente allí donde nace aquello que muchos continuarán empecinándose en llamar fantástico, en la soledad. Quizás esa sea la fuente de todo. Quizás no. Tal vez aquello inexplicable solamente sea una manera de escapar.
Y ya que mencioné a los académicos estándar quisiera referirme al hecho de la extensión. El premio Adela Zamudio debe ser uno de los pocos concursos a nivel hispanoamericano que exigen en sus bases que el mínimo de páginas para que un cuento sea aceptado sea de quince páginas. Y esto va en contraposición a esa academia que cree saber qué es un cuento y que cree saber que un cuento es necesariamente breve y veloz. ¿Existen límites para los géneros literarios? ¿Es posible encasillar y aprisionar la literatura? ¿Existen los géneros literarios? Es comprensible que en esta asquerosa (y deliciosa, al mismo tiempo) época moderna, enferma de velocidad, la sugerencia y la brevedad sean el objetivo de la escritura de muchos autores. Es comprensible que la influencia de la escuela latinoamericanista sea portentosa e inevitable en muchos casos. Sin embargo, la vida cotidiana no necesita de artificios, de puestas en abismo, para continuar siendo vida. Y, si la literatura, al ser una reproducción de la vida, de alguna manera siempre lo es, es sólo un lugar para ejecutar fuegos artificiales, ¿para qué seguir escribiendo?, la literatura es algo más que volteretas en un circo. Tiene que ser algo más. Agradezco que el premio Adela Zamudio no sea un reconocimiento a un esfuerzo estándar.
Y ya que hablé de la vida creo que debo que hablar de la muerte. Mariposa nocturna es un cuento cotidiano, sí, pero es también un cuento sobre la muerte, sobre ese misterio gigantesco que se cierne en todo momento sobre nuestras cabezas. No es que se quiera explicar de alguna manera el misterio, simplemente se trata de añadir –o repetir, mejor dicho– un par de preguntas más a la incertidumbre. ¿Qué es la muerte? ¿Habitan los muertos un territorio similar al nuestro? ¿Qué nos da la potestad de que nos creamos vivos? Y la incertidumbre es como un constante anochecer que no tiene ni tendrá final. Nada más.
Fuente: Ecdótica