11/06/2007 por Marcelo Paz Soldan

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En el infierno de Viscarra
Por: Rafael Romero Arze

(Viscarra está muerto; como otros escritores [des]conocidos, deja un legado nocturno atroz, porque hasta ahora, su obra es real. Una sociedad indolente que junto a sus gobernantes, ha olvidado lo que es ‘ser’ marginal)
La utilización del Coba, como el lenguaje secreto del hampa boliviana, es más que una construcción textual o verbal de Víctor Hugo Viscarra. En sí, es la denuncia, y a la vez, la descripción real del infierno al más puro estilo virgiliano de una divina vida llena de avatares impronunciables. Sin lugar a dudas, el héroe anónimo que combate al antihéroe, no es más que el protagonista de todas sus narraciones textuales, el alcohol.
Quien se convierte en una especie de guía inseparable en la tierra para llevar a [V]irgilio, en este caso a [V]iscarra, a recorrer las profundidades de todos los círculos infernales de la detestable sociedad boliviana. Un hecho a destacar de las obras de Viscarra, es pues, su notable riqueza económica -especie de etiquetaje- de nombres y personajes que interactúan al interior del texto, como también, la relación con y hacia el lector.
La temática de alcoholismo que gira alrededor de las obras de Viscarra, es parte de las ecuaciones que rellenan la vida delincuencial, la prostitución y de igual manera, un sexo grotesco indiscriminador que envuelve a niños, niñas, adolescentes, adultos, ancianos, muertos, locos, mudas, policías, instituciones públicas, incluyendo, lo travesti, lésbico y gay dentro sus relatos, crónicas y cuentos.
Asimismo, explicita que la pobreza y la exclusión que genera ella, ha permitido la construcción de un mundo nefasto en otro mundo deformado e hipócrita, el cual, de manera intencional evita inmiscuirse a toda costa con el bajo mundo de lo nefasto. Sin embargo, la relación de ambos es co-existencial, en el sentido de que el primero es producto del segundo, como consecuencia crónica del olvido y dejadez de las autoridades. Es más, esa misma relación perversa está olvidada por los actuales gobernantes, dejando que “esas vivencias personales” como dice el autor, los deje en soledad esperando un amanecer que siempre tarda.
Personajes
Uno de los personajes, sin lugar a dudas y no el menos importante, es la noche. Aquel escenario nocturno donde las almas de los personajes de Viscarra se encuentran atrapados en una condena eterna entre el purgatorio e infierno. Por lo general, la noche, se hizo para descansar de la cotidianidad del día (levantarse, comer y dormir). Pero no es así, en realidad, la noche tiene varios usos, además de un encantamiento producto de la imaginación, lo cual, mucho depende del entorno sociocultural. Sin entrar a estudios etnográficos innecesarios, el ser humano ha tejido su propia oscuridad, donde sus propias leyes y grado de relación con otros dependen de subsistemas creados o impuestos por su propio imaginario colectivo, que rompen con lo cotidiano para entrar en otra rutina más perversa, o quizás, más endemoniada donde la noche, se ha impuesto para gobernar en esas cantinas y calles convirtiéndose en el testigo ocular del demonio urbano.
En la noche están los ángeles caídos que habitan este mundo de inmisericordia e insensibilidad mundana, van pululando con la más fría indolencia de sus recuerdos, y en especial, de sus sueños silenciosos que se evaporan entre medio de amarguras cotidianas de sus infames vidas. Mientras los santos angelicales duermen entre los blancos lirios, los personajes de Viscarra, se arrastran entre las dos riberas que conecta el mundo de los vivos al de los muertos, donde el limbo, es lo último que se queda en la noche eterna del olvido de cada personaje de este realismo urbano.
Robar, matar, violar: son la trilogía maldita dominada por las fauces del alcohol. Este personaje, es esa especie de barca que lleva las almas al infierno. No cuentan con ninguna puerta abierta al cambio, sino, todo lo contrario, un ingreso sin salida. En el hall de la embriaguez, o si se quiere, en el orbe de ese mundo de alcohol barato, el coba tiene lógica narrativa y discursiva dentro su contexto, el cual, muchas veces, se ha hecho parte de nuestra verba cotidiana, es por eso que ese mundo está insertado en el nuestro. Por ejemplo, en Coba Hacer buena letra (v. Portarse bien); Hacer capote (v. Ganar, Vencer absolutamente); Hacer empanadas (v. Tomarse de las manos entre enamorados); Enchufar (v. Fornicar); Aflojar (v. Acceder a las preposiciones amorosas de un pretendiente); Chela, Chele (s. Cerveza); Chapa (s. 1. Apodo, alias, sobrenombre 2. Credencial de policía 3. Apodo), etcétera, etcétera. El “lenguaje vehicular” del Coba sirve para articular los usos y no así el significado textual; de esa manera, se da la construcción del sentido social de las cosas, con los cuales, ellos -y nadie más- pueden decodificar el mensaje y hacer una correcta retroalimentación. En cierta manera, pero extraña, este lenguaje secreto llama la atención, al extremo de intentar explorar en carne propia ese mundo, sin embargo, cuando uno se atreve a leer a Viscarra -despojándose de falsos moralismos- la cobardía, el miedo y el encuentro con la muerte, son pues, los mayores obstáculos por los cuales uno atraviesa. Los relatos viscarrianos; en especial de Borracho estaba, pero me acuerdo; son escalofriantes, al extremo que el propio imaginario social entra en pugna entre la realidad y ficción. Por ejemplo, el autor cuenta sobre su experiencia dentro el Patronato donde “había un mocoso de ocho años, al que todos lo conocían como Hamburgo. Los mayores lo llevaban hasta el baño para que, a cambio de medio pan, les chupase el pene; si se prolongaba por más de cinco minutos, había que darle un pan entero” (VISCARRA 2004: 58). Sin contar otras aberraciones que narra, inclusive, de la niña violada con un palo de escoba.
El Coba dice y hace algo
El Coba boliviano ha creado su propio contexto de nombres y sobrenombres en el bajo mundo de lo marginal. Porque se puede ser marginal, pero exento del bajo mundo. En el lenguaje secreto, el hombre (ser humano) no tiene nombre, sino, una Chapa que lo describe según su oficio delincuencial que aprendió por necesidad, o como consecuencia de su marginación y exclusión social (eso no está en discusión, ahora). Incluso, las marcas en la piel del rostro o en los brazos, lo etiquetan como tal o como cual. Lo mismo sucede para los homosexuales o lesbianas, donde se les da una infinidad de nombres, que corresponden según a su práctica social. En los relatos de Viscarra, los nombres de sus protagonistas están descritos por una realidad propia a ellos, ahora bien, la pregunta sería ¿Cómo lo hicieron? ¿Fue el alcohol? ¿La droga? Si uno hojea el Coba -o sea, el texto escrito por Viscarra-, se percata que hay palabras usadas al revés, o combinadas, por ejemplo, BIOCAM (s. tras. Cambio); BRELI (adj. tras. Libre, en libertad); CHECO (s. tras. Coche) y así sucesivamente en algunos casos, no en todos. ¿En cierta manera, es el contexto quien determina la arbitrariedad de las palabras? En realidad, muchas de ellas están relacionadas a la acción que se hace en el mundo, por ejemplo, Volador (s. Drogadicto), en este caso pues la droga o los estupefacientes tienen relación con el uso textual, porque en términos ordinarios, la droga hace volar -metafóricamente-, es decir, excluye de un estado anímico por otro. En cambio, Faso (s. Cigarrillo), no hay relación del texto con el objeto (cigarrillo), pero, podría ser a consecuencia de una acción como la de fumador, donde ahí se juega con el lenguaje, así como una especie de invención; porque para denominar ese mismo objeto, se usa otros nombres, por ejemplo, Canceroso (s. Cigarrillo), donde sí tiene relación con el objeto, puesto que el cigarro produce cáncer. Sin embargo, el uso de estas palabras mucho depende del sistema, porque por sí solas, no dicen nada del mundo. En ese marco, hay que reconocer que no es fácil el uso del Coba, puesto que requiere de un dominio absoluto no solo de las palabras, sino, del sentido en la aplicación del uso -sistema- [con]textual.
El uso de las palabras, en muchos casos, tiene directa o/u indirecta vinculación con una acción. Es a partir de ella, que se va [re]elaborando un sistema de códigos textuales para describir una realidad que pertenece a una comunidad de hablantes. Jugando un poco con eso, en Coba, Música es igual a (s. Billetera), y éste tiene relación con el dinero, ya que es el encargado de hace mover las cosas. No es de extrañar que el dinero, es una necesidad que mueve ciertas acciones de las personas. “Por dinero baila el mono, y por oro el mono y amo bailan” reza ese adagio popular. Entonces, de esa manera el código del Coba dice y hace algo en ese mundo maldito. La naturalidad del Coba, en cierta manera, va más allá de lo hablado, donde la [re]invención y [re]creación, han permitido la construcción de letras de canciones, en las cuales, se expresan los sentimientos secretos de la vida de esos hombres marginales. Por ejemplo, “soy un muchacho firme,/ nadie me juna,/ y voy buscando bollos/ por no morguear./ si algún tira me chapa/ yo me barajo,/ me le hago el plato,/ no me deschapo./ me hago el gil,/ sé que abollaré,/ sé que abollaré,/ mucho más, mi vida,/ mucho más, te juro,/ sé que abollaré, mi amor”. La traducción sería: “Soy un delincuente de los mejores, ningún agente me conoce y voy buscando cosas para robar, antes que estar muriéndome de hambre. Si algún agente me captura, lo envuelvo y lo desenvuelvo a base de mentiras. Me hago la burla, no confieso nada y me hago el del otro viernes. Sé que robaré, sé que robaré, mucho más, mi vida, mucho más, te juro, sé que robaré, mi amor” (Viscarra 2004: 185). Esas letras en sí, expresan un imaginario colectivo de desesperanza y resignación de vida. “Da lo mismo vivir que estar muertos. […] me decía que si alguna vez la Policía lo mataba, a él le iba a dar lo mismo, pues para llevar la vida que llevaba, perseguido y torturado por los agentes, es preferible morir” (2004: 187).
Mientras algunos escritores se inspiran o inspiraron en “una hermosa tarde”, o en “una flor amarilla”, o en una “peregrina paloma imaginaria”, o en “castillos de victoria”, o en “almas fieles”, o en una “encarnizada reina”, o “en la soledad del silencio”, pues Viscarra al igual que muchos, fue guiado por el encanto endemoniado de la magia de la embriaguez y cosas peores.
Su narrativa es simple, pero fuera de lo común. Juega entre la realidad y una ficción cotidiana, donde los hechos que se suscitan en las diferentes locaciones de sus relatos, son pues, por el producto de almas honorables que con el tiempo, han perdido la honorabilidad y acentuado la violencia y delincuencia como parte de sus vidas. Es más, todos están muertos, porque esa vida que llevan, no es vida, es una muerte de vida donde no existe vuelta atrás. Mujeres de 14 ó 15 años, se entregan por necesidad no a un solo hombre, sino a varios; a cambio recibe un pedazo de pan o las sobras de comida de hace varios días. Por eso, el alcohol y la droga, es parte inherente de sus grotescas vidas. Sin ellos, no entenderían la realidad de la noche y el sueño del día.
[Fuente: www.lostiempos.com]