07/16/2012 por Marcelo Paz Soldan
Pensar en la literatura paceña

Pensar en la literatura paceña


La Paz celebra su aniversario 203. Durante esos años, varios escritores han tomado a la ciudad como espacio e inspiración literaria. Este 2012, se ha afirmado que La Paz es gore, y se ha ahondado en la fiesta del Gran Poder como catalizador literario. A continuación, una reflexión -escrita por Mauricio Murillo- sobre la narrativa que nace de La Paz y que la mira de otra manera.
Pensar en la literatura paceña
Por: Mauricio Murillo

Es siempre una tentación tratar de etiquetar el conjunto de libros que se producen en un determinado momento histórico o que son publicados por personas de una misma región geográfica. Ejemplos en la tradición hay muchos. La utilidad de esta actividad puede ser visible y de bastante refuerzo. Pero, en algunos casos, termina creando clichés o malentendidos. En este sentido, preguntarse por la existencia de una narrativa paceña no se nos plantea ni ocioso ni inútil, ya que lo que busca este artículo no es una respuesta final y definitiva. Por temas de espacio, dejaremos por esta vez de lado poesía, ensayo y drama, ya que cada uno de estos géneros podrían ser abordados en una reseña de la misma extensión que ésta. Partir de la duda sobre una literatura de la ciudad tal vez no nos permita construir un canon cerrado he ineludible, sino que nos ayudará a acercarnos a una narrativa que se produce en la ciudad y desde la ciudad. Habría también que decir que la producción literaria en el país nunca ha sido un suceso generalizado. Es por esto, tal vez, que hallar a autores importantes y de alta calidad es también difícil. El conjunto de libros que se han publicado en Bolivia durante muchos años no han conseguido conformar una tradición sólida y canónica. Desentrañar el espacio que ocupa La Paz y cómo influencia la escritura, si lo hace, es un camino que nos permite pensar, sobre todo, en los mecanismos narrativos de los libros de escritores paceños. Para entrar de lleno en esta discusión, charlamos con dos ganadores del Premio Nacional de Novela Alfaguara: Wilmer Urrelo y Sebastián Antezana Quiroga.
ESCRITURA DE LA HOYADA. Me parece pertinente partir con una pregunta: ¿Se puede hablar de una literatura paceña? Tendríamos que pensar que la ciudad de La Paz no sólo alberga a más de un millón de habitantes, sino que es diversa y caótica. Los barrios y las zonas cambian y, en un recorrido rápido, entendemos que no se trata de una urbe que aglutina un estilo o una sola visión. La multiplicidad, en espacio y en pensamiento, complejiza la pregunta lanzada. Para Urrelo, ganador del Premio de Novela con Fantasmas asesinos y autor, además, de Mundo negro y Hablar con los perros, “claro que se puede hablar de una literatura paceña. Así como hay literatura zapopaense, la literatura paceña también existe. Que tenga cierta calidad, es otra cosa”. Así, la denominación de origen (como sucede con los vinos) es una manera de ver la relación de distintas escrituras. Antezana, autor de La toma del manuscrito y de El amor según, explica: “Desde el punto de vista de la crítica, de los estudios académicos y del marketing editorial, ciertamente se puede hablar de una literatura paceña. Desde el punto de vista de un lector individual, que se enfrenta a solas con un texto, que es el que a fin de cuentas es el más valioso, quizás no. Pero, definitivamente, sí hay ciertas marcas en algunas obras que, leídas desde cualquiera de los tres primeros lenguajes, pueden ser reconocibles como señales de cierta paceñidad –eso laberíntico, irremediablemente nostálgico e inconmensurable– que asoma la cabeza entre las páginas”. Así, podemos entender que la etiqueta que se le puede dar a un conjunto de escrituras parte, primordialmente, del otro, del lector que se enfrenta, desde el lugar que elige, a distintas obras. En todo caso, volviendo a lo explicado por Antezana, también habría un excedente que permitiría relacionar distintas obras publicadas en una misma ciudad.
RASGOS DISTINTIVOS. Si aceptáramos que existe una literatura paceña (esto, lo repito, mirándolo más como un concepto iluminador de conflictos) habría que tratar de dilucidar ciertas características que unen distintos libros en una corriente. Acá es necesario cuestionarnos si un espacio geográfico es suficiente para configurar una tradición. Antezana, al preguntarle sobre la manera en que funciona este conjunto y cuáles serían sus características, responde: “Las consagradas. El cliché. Cierto barroquismo. Cierta propensión a la exageración. Al grotesco. Saenz. El vértigo de la poesía en caída libre. Viscarra y sus cuenteríos. Vivir la vida como si se viviera sólo para después escribir lo vivido. Creo que son ésas, aunque no son, ni de lejos, lo mejor que la pretendida ‘literatura paceña’ tiene para ofrecer”. En este sentido, lo trillado también se acercaría peligrosamente a ese conjunto de textos que está siendo producido en la ruidosa urbe. Urrelo, sobre los lugares comunes de la literatura paceña, afirma: “Pues en general lamentablemente aún se perfila y se desbarranca en la figura de Jaime Saenz, ¿no? Es un trauma que se creó esa misma literatura para poder decir algo. Hay intentos de decir next, intentos muy débiles todavía porque son aislados (a lo mejor es preferible que sea así), pero la gran mayoría no puede o no quiere salir de esa figura”. Aparece, en los dos escritores con los que dialogamos, el peso central de Jaime Saenz, como figura y como escritura. Para Urrelo en la actualidad, a diferencia de los anteriores años, estaríamos ante distintos libros que quieren eludir el peso influyente de la imagen del escritor paceño tan venerado. En todo caso, éste no sería un rasgo común en las letras de la ciudad, sino excepciones. De todas formas, existiría también una faceta aprovechable. “Hay un lado delicado en La Paz”, dice Antezana, “un lado sutil, apenas un ápice, que se deja ver muy de vez en cuando por culpa de lo consagrado, que es la chispa de la verdadera imaginación literaria, plástica, artística, social.”
LA URBE Y LAS ORILLAS. A finales de los ochenta y principios de los noventa, la narrativa sobre los márgenes acaparó la atención literaria de la ciudad. En este sentido, La Paz ha producido muchos libros que han modelado y hablado sobre lo urbano y, privilegiadamente, sobre las orillas, sobre lo periférico. La literatura paceña, entonces, es una escritura de los márgenes? Podemos encontrar algunos libros que rompen o se alejan de esto, pero es difícil no nombrar este espacio para mirar la ciudad desde la ficción. “Es que La Paz es toda orillas, pero mentales”, afirma Urrelo. “¿Qué es lo urbano? ¿Sólo un espacio físico? Yo creo que no. Me atrevo a decir que mentalmente estamos en la periferia y eso se refleja en las cosas que escribimos, para bien o para mal. Y eso debería ser una gran ventaja, sin embargo no aprovechamos esta condición en toda su extensión”. Entonces, habría que pensar la ciudad no sólo desde sus límites geográficos, desde su planimetría; La Paz es también parte de nuestra manera de ver las cosas, es una forma de entender la existencia, una forma de pensar. Sobre el mismo tema, Antezana explica: “La periferia lo era antes, hasta un momento algo tardío del siglo pasado. Y lo era, además, porque los estudios culturales así lo dictaban, porque la academia estaba envuelta en una vieja dicotomía: el centro opuesto a la periferia –que tiene el mismo tufo a podrido que esa otra, célebre aún, de civilización vs. barbarie. Hoy no lo es más. La Paz, si la analizamos en términos poético-físicos, ha experimentado primero una explosión y luego una implosión: su núcleo urbano reventó en algún momento inicial –su núcleo político, económico y ficcional, ese corazón del pensamiento imaginario– y se dispersó hasta los confines, desde donde, inevitablemente, como el universo, retrocede de vuelta, pero esta vez en un movimiento no uniforme sino mixto, no conjunto sino individual, incluso a veces contradictorio. El signo por excelencia de la literatura paceña hoy –al igual que de la literatura boliviana– es la dispersión, la atomización, la compartimentalización e individuación de poéticas particulares”.
OTRAS MIRADAS. Aparte de las novelas y los cuentos, existen otros tipos de narrativa que tratan de nombrar la ciudad, mucho menos divulgados y ejercidos, por ejemplo el cómic y el cine. Estas dos formas de discurso también nacen de esta ciudad con particularidades propias. Sobre el cómic, Urrelo explica: “Al cómic le faltan historias. Y es que la gente que los hace cree que con tener ideas locas (no sé, la cholita tantos, los zombies del Illimani) lo están haciendo fenomenal, pero cuando tú ves sus cómics con calma te das cuenta que ahí no hay nada más que ‘gente que dibuja bonito’. Y no hay historias, personajes profundos, historias que te mantengan expectante, etc. Tengo la impresión que no leen lo suficiente. Es más, que no leen casi nada y por eso hay esa ausencia enorme”. En esta misma dirección, y hablando además sobre cine, Antezana afirma: “El cine lo hace más evidentemente que el cómic por una cuestión de educación y costumbre. Ambas son lentes privilegiadas para estudiar a la ciudad, y una está más pulida que la otra, pero necesitan, al igual que la narrativa y la poesía, mucho mayor alcance. Y eso sólo se logra con la práctica y el consumo sistemático de todos estos lenguajes, el de la literatura, el cómic y el cine, y también de varios más”. Sobre el séptimo arte, Urrelo afirma irónicamente: “mejor no digo nada por eso de la pena ajena”.
TRADICIÓN OFICIAL. En este sentido, y en relación a las cuestiones planteadas en este artículo, habría que pensar en la existencia, o no, de un canon paceño. ¿Existe? ¿Es posible armar uno, pese a lo disperso y a los altibajos de nuestra literatura? ¿Qué autores entran en este canon? ¿Y el contra canon? Me atrevería a decir que Tamayo, Cerruto, Saenz, Bascopé, Cárdenas, Wiethüchter, Vizcarra, Piñeiro, entre otros, formarían parte de un tronco oficial literario paceño. Pese a que muchos de estos nombres se iniciaron como escritores de los márgenes, actualmente ya ocupan un centro y son casi insustituibles. En relación a esto, Antezana afirma: “Creo que el canon paceño no tiene nada de imaginario. Está aquí, muy presente, a la vista de todos (universidad, librerías, crítica periodística, etc.), y lo componen dinosaurios tan venerables e importantes hoy como Cerruto, Saenz, Bedregal, De la Vega, Wiethuchter y algunos más. De todas formas, si hablamos de autores importantes, voy a replegarme al cliché –porque creo que tiene mucho de cierto– y decir que quizás los verdaderamente imprescindibles son sólo dos o tres poetas”. Por su lado, Urrelo explica: “Mira, para hacer ese acercamiento (más allá de mis gustos personales), sin duda Adolfo Cárdenas sería uno de ellos. Juan Pablo Piñeiro sería otro. Aunque no me gusta mucho creo que ahí entra también Víctor Hugo Viscarra”. Cada lector plantea un canon propio, pero, ¿existe uno oficial? ¿Uno que no se puede evitar y que representa la literatura paceña? Es un dilema que no pienso responder en este espacio. Puede parecer ocioso formular listas que marquen una línea o que intenten, “tiránicamente”, señalar qué es bueno y qué no, pero este acto nos ayuda, primero, a pensarnos como lectores frente a una tradición (por más escasa que sea) y, segundo, nos permite reflexionar sobre la literatura, la escritura, la ficción, sobre sus alcances y su condición especial, distinta.
Fuente: Fondo Negro