02/27/2009 por Marcelo Paz Soldan
Martín Chambi: el fotógrafo de los Andes perpetuo

Martín Chambi: el fotógrafo de los Andes perpetuo

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Martín Chambi: el fotógrafo de los Andes perpetuo
Por: Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El ganador del premio de novela Casa de las Américas 2009, el escritor cochabambino Claudio Ferrufino-Coqueugniot, recuerda la figura y obra de Martín Chambi, el célebre fotógrafo peruano que registró imágenes del altiplano peruano e inmortalizó su esplendor
En su calidad de etnógrafo accidental, retrata la vida nativa en fotografías de profunda y melancólica belleza

Mario Vargas Llosa dijo: “Un día Chambi será reconocido como uno de los más coherentes y profundos creadores que la fotografía haya dado a este siglo”.
Lo sitúa entre esa élite de media docena de creadores que ha dado el Perú (con el Inca Garcilaso y César Vallejo), cuya talla sobrepasa los límites locales, grupo en el que, por modestia no lo dice, se considerará él incluido, con justicia.
Martín Chambi (1891-1973) nació en Coaza, pueblito andino en la región de Puno, de una familia quechua. Sus inicios como fotógrafo los debe al despertar de esa afición mientras excavaba oro en las minas de Carabaya, donde conoció a algún mentor. Su destino fue aquel ligado a todo quien naciera en condiciones similares.
A pesar de cierto éxito como fotógrafo profesional, y exhibiciones en su país, no es hasta hace muy poco que se considera su obra como universal. Vargas Llosa lo pone con Edward Weston y con Nadar. ¿Por qué no?, Martín Chambi excede lo que podría llamarse un provincianismo monotemático. Su obra abarca cierta y exclusivamente Perú, pero al Perú comprendido como un sujeto plural y diverso, aun en los ámbitos de Cuzco, donde el artista centró su obra.
Sus tomas abarcan el pasado, Machu Picchu (el Huayna Picchu, el Putucari Picchu) algo después de una década de haberse descubierto las ruinas, pero también un popular motociclista, automóviles de los años veinte. En su calidad de etnógrafo accidental retrata la vida nativa en fotografías de profunda y melancólica belleza; resaltan sus chicherías donde indistintamente convergen indios y mestizos, hombres y mujeres; donde se juega el ‘sapo’, precioso instrumento del azar y la técnica que se habrá olvidado en Perú como se olvidó en Bolivia.
Paisajista y antropólogo, resume la orfandad como la magnificencia del Ande en Osangate y en Tinta, tierra de origen del eterno José Gabriel Condorcanqui, donde sus indígenas visten los más fastuosos ponchos. Para un amante de los textiles andinos, los negativos de Chambi son fuente inagotable de conocimiento de la temática y la concepción del mundo que en ellos habitan.
A pesar de poderse situar en una perspectiva indigenista, supongo que Chambi se aleja con distancia de cualquier ortodoxia. Su obra refleja un profundo Perú mestizo, la tierra chola que sufre en los versos de Vallejo, donde los límites entre el mestizo y el indio son circunstanciales muchas veces, la pobreza los hermana y los reúne en el verso de Manuel Scorza que dice: “Aquí el pájaro no es pájaro sino pena con plumas”. Es la política la que juega con el destino de estos grupos cuando inclina a unos a ‘emblanquecer’ sus desdichas y relega a los demás al profundo agujero de la abyección perenne.
Los rostros de Martín Chambi nos recuerdan para siempre que compartimos el origen, y que el terno o el chambergo son ‘brochazos de esmalte’.
Aprendió en Arequipa con el célebre Max T. Vargas (padre del famoso dibujante de Playboy) hasta ser independiente, en 1917. Poseo un magnífico retrato (con autógrafo incluido), del 20 de diciembre de 1916, de José Gutiérrez Guerra (luego presidente de Bolivia), del estudio de Max Vargas (Arequipa y La Paz) que, por sus cualidades técnicas, bien podría haber sido hecho -o retocado- por su aprendiz Martín Chambi. Es un sueño que quizá algún experto confirme.
La fiesta. Eterniza el fotógrafo esos ambientes de alcohol y plegaria, allí donde España y los Andes copulan forzosamente y crean vástagos que jamás podrán ya ser uno u otro, que tendrán, tarde o temprano, que comprender, a pesar de la violencia, el rapto, el estupro de donde viene América, que juntos somos tantos y que sueltos somos del folclore souvenir.
“Hay en mi corazón muchas lluvias,/largas nieblas, patio amargo;/la pura verdad, en estas tierras,/uno a veces es tan triste/que con sólo mirar envenena las aguas.” (Manuel Scorza, 5 de febrero de 2009)
Fuente: Brújula / El Deber